sábado 20 de abril de 2024 - Edición Nº2341
Dar la palabra » Sociedad » 23 abr 2023

Historias y personajes

Simón Wladimirovich, Ushuaia, Témperley y los vengadores de la Patagonica Trágica (Por Carlos Zampatti)

Paralítico de ambas piernas, sucio y desatendido, murió poco después en su celda hedionda. Sus últimos días los vivió arrastrándose entre sus propias heces, quizás feliz por haber cumplido con la misión que él sabía que tenía en la tierra: vengar al vengador.


 

En las primeras décadas del siglo XX el presidio de Ushuaia fue el destino de muchos de los que profesaron la fe anarquista: Simón Radowitzky, el más conocido, estuvo preso 7000 días: desde 1911 hasta 1930.

Sin embargo, hay alguien que ha sido mencionado muy poco en las crónicas históricas a pesar de que su participación en una parte de la historia patagónica fue crucial: SIMÓN WLADIRIMOVICH.

Hagamos un poco de historia para situarnos: Entre 1921 y 1922, durante el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen, se produjeron los alzamientos conocidos como La Patagonia Rebelde o La Patagonia Trágica. Estos hechos fueron recuperados del olvido por dos grandes autores: José María Borrero y Osvaldo Bayer.

Los peones de los enormes latifundios santacruceños que reclamaban mejoras laborales fueron reprimidos a sangre y fuego por el teniente coronel Héctor Benigno Varela, enviado especial del gobierno nacional. Cientos fueron fusilados, muchos de ellos al pie de las tumbas cavadas por ellos mismos.

En 1923, un año después de estos hechos, Kurt Gustav Wilckens, un militante anarquista alemán, asesinó al militar en la puerta de su casa tirándole una bomba casera. Luego lo remató con 4 tiros, como recordatorio de la actitud recurrente de Varela cuando un subalterno le preguntaba qué hacer con determinado prisionero: levantaba la mano y extendía todos los dedos salvo el pulgar, diciendo «¡4 tiros!».

Así se produjo la 1° Venganza: Wilckens vengó a los obreros patagónicos fusilados.

En el atentado el anarquista fue alcanzado por las esquirlas de la bomba y al quedar herido no pudo escapar, facilitando su detención por la policía. Lo encerraron  en la Prisión Nacional a la espera del juicio que seguramente lo llevaría al pelotón de fusilamiento.

Cinco meses después, Ernesto Pérez Millán Témperley, miembro de la Liga Patriótica y de la alta burguesía de Buenos Aires, nieto de Jorge Témperley ―fundador de la ciudad homónima―, lo asesinó. Logró que lo dejaran entrar armado a la penitenciaría disfrazado de guardiacárcel y lo fusiló en su cama.

Ésta fue la 2° Venganza: Pérez Millán Témperley vengó al Coronel Varela.

El juicio por este asesinato fue muy indulgente. Le dieron una pena mínima aduciendo "haber obrado por un impulso irresistible, por efectos de su gran amistad con Varela y sus sentimientos patrióticos heridos". Fue internado en el Hospicio de la Merced, una institución pública para enfermos mentales más conocido como el Hospicio de Vieytes. Lo pusieron en una habitación VIP como paso previo a un indulto que seguramente recibiría cuando las aguas se calmasen.

Pero sucedió que en Ushuaia alguien se enteró del asesinato de Témperley: Simón Wladimirovich.

¿Quién era Simón? Un inmigrante ruso, médico de profesión aunque nunca ejerció, nacido en una familia de la nobleza a la que abjuró para profesar el anarquismo. Participó en algunos conatos revolucionarios en Rusia y en 1909 emigró a Buenos Aires en donde se vinculó con grupos de anarquistas expropiadores.

En Buenos Aires se dedicó a la prédica de sus ideales creando un diario junto con otros ácratas. Pintaba cuadros, pero la venta de ellos no resultaba suficiente como para financiar el periódico. Buscando capitales, con otros camaradas asaltó una agencia de cambios, pero nada salió como fue planeado y en un tiroteo hubo muertos y heridos.

Wladimirovich, el cerebro del frustrado asalto, se fugó a Misiones. Allí, con su presencia de universitario, de maneras afables y mirada inteligente, cautivó durante un tiempo a las autoridades misioneras, desde el gobernador hacia abajo. Pero meses después el largo brazo de la policía lo encontró y lo hizo apresar.

Al enterarse del pedido de captura, el propio gobernador pidió ir a la comisaría donde estaba alojado y pasó horas hablando con el anarquista. No lograba comprender cómo Simón pudo haber perpetrado un asalto como el que se lo acusaba. Tal era el nivel de seducción de Wladimirovich que el gobernador y las autoridades policiales, como recuerdo, se tomaron una fotografía con él antes de su traslado a Buenos Aires.

Después de muchas idas y vueltas judiciales le impusieron una pena de 25 años y lo destinaron a Ushuaia. Su salud, precaria hasta ese entonces, comenzó a deteriorarse con rapidez debido a las malas condiciones de vida.

Y aquí viene el momento en que se enteró del asesinato de Wilckens a manos de Pérez Millán Témperley. ¿Cómo pudo hacerlo tan lejos? Wladimirovich en Ushuaia había continuado con la divulgación de su ideario anarquista entre los presos. Había entre ellos muchos que simpatizaban con ese pensamiento, aparte de Radowitzky. Algunos guardiacárceles, incluso. Siempre era posible de que se «filtrara» algún ejemplar de Crítica o de La Protesta, el vocero del anarquismo. Seguramente alguien le hizo llegar un ejemplar y se enteró por ese medio de la segunda venganza. Y también que habían internado a Pérez Millán Témperley en el Hospicio de la Merced.

Fue a partir de ese momento que comenzó a trazar el plan para asesinar a Témperley.

¿Cuál era el plan? Hacerse pasar por loco.

Se había enterado que a los que enloquecían en el presidio de Ushuaia terminaban siendo trasladados al mismo hospicio en donde estaba internado Témperley. Entonces puso en marcha su plan: no comía, se lo pasaba cantando viejas canciones rusas, y hasta quedaba horas arrodillado rezando a grito pelado, él que era un ateo confeso. Logró su objetivo: las autoridades del presidio se lo sacaron de encima: no querían otro anarquista perturbador pues ya tenían suficiente con Radowitzky.

Pero para su decepción, cuando llegó al Hospicio de la Merced se enteró que Pérez Millán Témperley estaba alojado en un sector privilegiado, muy alejado de su celda. Jamás podría llegar a él. Cuando sus camaradas porteños le hicieron llegar el revólver para la ejecución, comprendió que le faltaba el dedo que apretase el gatillo.

Hasta que conoció a Esteban Lucich.

«El loquito bueno» había nacido en Dubrovnik, actual Croacia. En Buenos Aires trabajó como mucamo de un médico. Como éste lo despidió cuando comenzó a notar signos de locura en sus actitudes cotidianas, un día Lucich lo esperó a la salida del consultorio y lo mató de un tiro. Fue condenado a 17 años de prisión y alojado en el hospicio de la calle Vieytes.

Era pequeño y algo jorobado. Había conquistado las simpatías de todos: servicial, se ganaba propinas y algunos cigarrillos haciendo tareas domésticas a alojados que podían solventarlas. Por eso accedía, entre otras, a la «celda» de Ernesto Pérez Millán Témperley.

Con su poder persuasivo Simón Wladimirovich convenció a Esteban Lucich de que Pérez Millán debía morir para vengar al vengador de la peonada patagónica. No sólo eso, le hizo aprender de memoria la frase que le diría antes de dispararle: «esto te lo manda Wilckens»: no debía morir el señorito asesino sin saber el motivo de su muerte.

Y así lo hizo.

Ésta fue la 3° Venganza: Simón Wladirimovich a través del brazo armado de Esteban Lucich vengó a Kurt Wilckens.

Era el 9 de noviembre de 1925.

El comisario Santiago, que investigó el hecho, estaba seguro que Wladimirovich se encontraba detrás de aquella muerte. Pero no fue lo suficientemente «persuasivo» como para arrancarle una confesión a ninguno de los dos. Del croata sólo pudo obtener, repetitivamente, «el revólver lo encontré en la mesa de Pérez Millán. Él me atacó a puñetazos y yo le disparé para defenderme».

Wladimirovich, con sus 49 años representaba 70. Paralítico de ambas piernas, sucio y desatendido, murió poco después en su celda hedionda. Sus últimos días los vivió arrastrándose entre sus propias heces, quizás feliz por haber cumplido con la misión que él sabía que tenía en la tierra: vengar al vengador.

 

 

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