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Dar la palabra » Sociedad » 25 ago 2022

La degradación política del Poder Judicial

PODCAST. Justicia Adicta. Capítulo 16: El Ejército invisible y el molino de Forclaz (Por Gabriel Ramonet)

Por ahí el viento no alcanza en esta época. O quizá nosotros también equivocamos el diseño. Pero nadie sabe si en algún momento, el mismo molino se transformará en un símbolo, y aún sin dar una sola vuelta, servirá para soplar un aire nuevo de justicia y de libertad.


A una señora mayor la bardea su nieto porque no se lleva bien con la tecnología. La mujer, lejos de amilanarse, acude al banco donde tiene su caja de ahorros. Entra, encara al cajero y le dice que no sabe cómo transferir dinero a otra cuenta. El empleado, solícito, le hace el trámite. Y así compra dos libros: la primera y la segunda edición de Justicia Adicta.

Otra mujer está en su casa. Está sentada, con su pierna izquierda flexionada, apoyada en el suelo, y la diestra extendida sobre una banqueta, cubierta por un yeso blanco que le llega desde el tobillo hasta la parte superior de la rodilla.

Se comunica por su celular. Pide el libro. Lo reserva, lo compra. Y después aclara que un familiar la llevará en el auto a buscarlo, pero que ella no podrá bajar a recibirlo. Que si no resulta mucha molestia que alguien se lo alcance hasta la vereda.

Ojalá se entienda que no pretendo hablar de mí, ni del libro que escribí sobre la degradación del Poder Judicial de Tierra del Fuego. Hablo del tema, que es muchísimo más importante. De la necesidad de un discurso crítico en una provincia sumida en el silencio prebendario.

Todos los que se acercan a este trabajo parecieran entender de antemano. No tienen los datos precisos, pero sospechan lo que está pasando. Por eso responden, reaccionan. Buscan una verdad que necesitan. Esquivan el mullido sillón de las gacetillas. La almohada de los discursos repetidos y gastados. La foto de traje con la bandera al lado. Salen a la calle, al barro de las revelaciones, al campo abierto de las verdades que duelen, que interpelan, que nos dejan sumidos en una incomodidad insoportable. Una silla con alfileres. Una cama con clavos. Peor es la mentira. Esta realidad funesta. Esta paz de cementerio.

Un hombre llega borracho a buscar el libro que compró, se supone, cuando estaba sobrio. No se comporta como un violento. Está algo eufórico, eso sí. Grita un poco, gesticula. Al final pide sacarse una foto con la persona que le entrega el ejemplar.

Un muchacho escribe un mensaje de WhatsApp cuando son más de las diez de la noche. Pregunta por el libro, pide la forma de pagarlo. Lo hace a los pocos minutos. Después vuelve a escribir. Quiere retirarlo en ese momento, y no acepta esperar hasta el otro día. Educadamente, cumple con su objetivo, y llega para llevarse su libro cuando ya son casi las 23. Me pregunto todavía qué habrá hecho con tanta urgencia entre las manos. ¿Se habrá quedado leyendo hasta el amanecer?

No soy tan estúpido como para inventarme un mundo inverosímil. No hay ni habrá una desesperación masiva por adquirir y leer un pedazo de la historia de los fueguinos. No habrá colas en la librería, ni enfrente de mi casa, ni en la puerta del lugar donde lo presentemos. Tampoco será 2007, cuando presentamos la primera parte a sala llena y llevábamos una caja nueva por semana a La Boutique del Libro. Era otros tiempos.

Postulo, apenas, que hay una necesidad. Y un ejército invisible de valientes dispuestos a pequeños sacrificios con tal de que le cuenten algo de verdad. Son los mismos que se pondrán a leer un material “pornográfico” para la dirigencia política, destinado a ser ignorado por la patria conservadora y resguardado en el último estante de la biblioteca, para ocultarlo más fácilmente de visitas indeseables.

Son los mismos que sabrán eludir la campaña de desprestigio montada contra el autor vía redes sociales y “fake news”, que es el mecanismo “moderno” usado por el poder real para amedrentar a quienes no se amoldan a sus designios.

En estos días, algunos usuarios de Facebook utilizaron mis posteos sobre el libro para cuestionarme que teniendo “las pruebas que decís tener” sobre la corrupción en la Justicia, no realizaba las “denuncias correspondientes”.

Contesté y repito ahora: no es mi rol. Soy apenas un periodista que publica lo que puede demostrar, no un denunciante profesional. Muestro para que los demás se enteren. ¿No es demasiado endilgarme, además la obligación de cambiar las cosas?

Más aún en este caso tan especial. Imaginen el destino de denuncias sobre la Justicia realizadas ante el propio Poder Judicial. ¿Qué posibilidades de éxito tendrían?

¿Y para qué entonces, contar todo esto? ¿De qué sirve?

Cuento una historia breve que por ahí ayude como respuesta. Este invierno visitamos el Molino Forclaz, en cercanías de la ciudad de Colón, provincia de Entre Ríos. El lugar se llama así por el inmigrante suizo Juan Bautista Forclaz, que llegó a la zona en 1859 y dedicó su vida a construir un molino que fuera capaz de abastecer a la creciente Colonia San José.

Resulta que Forclaz le prometió a la comunidad crear una máquina eficiente, y para ello embarcó a varios de los vecinos en la edificación de un gran molino de viento copiado de modelos europeos. Y si bien terminó el trabajo, el molino nunca funcionó con las prestaciones que se esperaban. Forclaz dedicó años a entender los motivos de aquel fracaso. Al final se deprimió, pidió perdón a la comunidad y murió joven sin poder solucionar el inconveniente técnico y su dilema moral.

Recién hace diez años, un grupo de ingenieros descubrió que el problema había sido la forma de las hélices del molino, adecuadas para los vientos europeos pero desaconsejables para el clima entrerriano.

Lo interesante es que el supuesto fracaso de Forclaz se convirtió en símbolo de esfuerzo y de tesón. Y gracias a ello, miles de personas visitan todos los años el molino, para aprender sobre la cultura de este grupo de inmigrantes trabajadores, cuya palabra valía más que cien contratos.

¿Para qué sirve revelar el funcionamiento corrupto de instituciones si ello no termina en denuncias concretas, en procesos donde los responsables puedan ser juzgados o al menos apartados de sus funciones?

Forclaz nos enseñó, seguramente sin saberlo, que se pueden construir molinos ineficaces para la época, pero de resultados insospechados para el futuro.

No hay que volverse locos si las aspas no giran a la velocidad deseada. Por ahí el viento no alcanza en esta época. O quizá nosotros también equivocamos el diseño. Pero nadie sabe si en algún momento, el mismo molino se transformará en un símbolo, y aún sin dar una sola vuelta, servirá para soplar un aire nuevo de justicia y de libertad.

 

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