Fuegia (Por Alejandro Rojo Vivot)
Es la historia de una familia nativa canoeros que viven como sus antepasados hasta que llegan foráneos buscando modificar sus creencias religiosas, cambiar sus costumbres hasta sus formas de vestir y hablar, etcétera, en aras de imponer lo que entendían, sin consultar, como necesario para se desarrollen.
Alejandro Rojo Vivot
“A través del tiempo y del espacio la historia se repite y los hechos se reproducen. (…)
Producida la casi total despoblación de la Patagonia y Tierra del Fuego; extinguidas las vigorosas razas aborígenes, que poblaban aquellas regiones, no pudo, sin embargo, ninguno de ambos territorios substraerse a la ley fatal, inevitable de la evolución y del progreso”. (1)
José María Borrero (1879-1931)
La escritura de ficciones se remonta casi a los principios de la humanidad que, con el paso de los siglos, se fue perfeccionando y expandiendo; el desarrollo de tecnologías informáticas ha contribuido en mucho en tal sentido.
Además con frecuencia ciertas obras fueron y son materia principal para otras versiones artísticas de los más variados géneros: teatro, ballet, ópera, cine, pintura, fotografía, etcétera; también existen con marcado éxito circuitos turísticos recorriendo los escenarios de algunas ficciones como las célebres acontecidas en Dublín, Buenos Aires, Verona, Barcelona, El Vaticano, etcétera.
EL AUTOR
El multifacético escritor argentino Eduardo Belgrano Rawson (1943) recibió numerosas y destacas distinciones.
Entre 1975 y 1987 fue frecuente e inteligente viajero por Tierra del Fuego que le permitió recabar numerosos testimonios, documentos, apreciación de extraordinarios paisajes, conocimiento de peculiares puntos geográficos de algunas zonas que recorrió a pie y a caballo, etcétera, luego empleados en el proceso creativo de su novela “Fuegia” (1991), que lleva numerosas ediciones.
Además, bien entrados en el Siglo XXI es probable que, en gran parte de las bibliotecas domésticas de los fueguinos en particular y patagónicos en general, haya un ejemplar.
Por su escritura y estructura, es posible leer por separado los capítulos inclusive en voz alta durante una tarde en familia, recordando su carácter de ficción con algunos elementos históricos. Experiencias que seguramente serán recordadas por mucho tiempo.
LA OBRA
Es la historia de una familia nativa canoeros que viven como sus antepasados hasta que llegan foráneos buscando modificar sus creencias religiosas, cambiar sus costumbres hasta sus formas de vestir y hablar, etcétera, en aras de imponer lo que entendían, sin consultar, como necesario para se desarrollen.
Recién comenzaba el Siglo XX.
También intervienen los interesados en lograr la exclusividad de la producción económica de la región, al margen de la población, reemplazando por ovejas a la fauna ancestral, logrando así una ingente riqueza por violenta apropiación.
Rápidamente son exterminados en forma directa como envenenando alimentos, incendios intencionales, por la transmisión de enfermedades contagiosas, etcétera, en los alrededores de lo que hoy es Ushuaia.
LAS EPIDEMIAS
“La última edición del Pilot y para ese entonces los canaleses estaban a punto de ser borrados del mapa. (…)
Pasaron diez días desde la muerte del chico. En ese plazo murieron más chicos y pronto cayeron algunos adultos. La viuda (2) trabajaba duramente y no tenía un minuto para atender su correspondencia. Sin embargo, esa noche consideró que había llegado el momento de comunicar aquella muerte, la primera de una epidemia que barrería a los canoeros de la faz de la isla y que ella debía citar como un símbolo de la voluntad del Señor. Pero no le resultaba sencillo. (…)
El chico de la playa había muerto de sarampión sofocante. El doctor se alistó para lo peor. En los días venideros, todas las formas perversas de aquella peste se ensañarían con los canaleses de Abingdon. (3) (4) El doctor se deprimió. ¿Era de verdad el viejo sarampión, el mismo que cubría de ronchas inofensivas a sus pequeños pacientes allende la isla? De repente se vio en uno de aquellos alegres dormitorios de su clientela en Sandy Point, exclamando campechanamente: ʻ¡Perfecto! ¡Mañana este chico estará brotado!ʼ Todo el mundo respiraba con alivio, convencidos al fin de que aquellas manchas insignificantes figuraban del buen lado de la vida. (5)
(…) Pero en Abingdon todo fue distinto. La erupción ya nada indicaba, pues los niños morían primero. En algunos casos ni siquiera se anunciaba. Desistió de enseñarle a la viuda (6) a buscar en la boca la esquiva señal que normalmente llegaba al séptimo día: aquella mácula, no más grande que un puntazo de alfiler, que él se complacía en descubrir durante sus amables visitas en Sandy Point. El doctor postergó su partida de Abingdon. Al quinto día habían muerto veintiséis chicos. El hospital estaba repleto. Algunos pacientes, enloquecidos de fiebre, escaparon por la ventana y saltaron al mar helado.
A todo esto, los culpables del contagio navegaban tranquilamente hacia el Río de la Plata. El barco se llamaba Peregrino y había recado varias horas en Abingdon. Después de cargar madera en el muelle, sus tripulantes habían jugado a la pelota con los canoeros. La viuda sugería incluso que entre los tripulantes y algunas mujeres había pasado algo más. Ahora, mientras el doctor se disponía a meterse en la pieza de huéspedes de la misión de los Dobson, el Peregrino cabeceaba frente a Montevideo. Un tripulante ligeramente afiebrado, adormecido por el temblor de la hélice, negociaba con el contramaestre otros dos días de cama. Pretendía estirar la convalecencia hasta el puerto de Buenos Aires, ajeno al infierno que había desatado, como los pasajeros de un tren que jamás perciben ciertas tragedia, algún suicidio en las vías, algún arrollamiento en la noche”. (7)
NOTASY REFERENCIAS
1) Borrero, José María. La Patagonia trágica. Zagier & Urruty. Primera reimpresión. Página 29. Buenos Aires, Argentina. Noviembre de 1992.
2) Esposa del fallecido pastor Dobson.
3) Durante muchos siglos fue frecuente denominar a lugares y poblados con nombres de los países de origen: “Río Gallegos”, “New York”, “Londres”, “Nueva Palmira”, etcétera.
El haber empleado Abingdon está incluido también en el proceso de transculturización que llevaron adelante los religiosos ingleses entendiendo que así contribuían al progreso de los habitantes locales.
4) Los habitantes naturales del lugar se alimentaban básicamente “comiendo cholgas hediondas” (Página 82), aunque también comían pescados, mariscos, aves, etcétera.
5) En otros grupos poblacionales la enfermedad era frecuente y benévola, entre los fueguinos fue exógena y casi siempre mortal.
6) Ayudante.
7) Belgrano Rawson, Eduardo. Fuegia. La Nación. Páginas 83 y 84. Buenos Aires, Argentina. Diciembre de 2001.