En “Península Mitre. Crónica de una estafa”, la nueva novela del escritor Carlos Zampatti, existen dos planos de la narración conviviendo con mucha armonía.
Por un lado, la descripción del lugar, que es el primer misterio a revelar por el lector. ¿Cómo es aquel sitio equivalente a 25 ciudades de Buenos Aires, y sin embargo casi totalmente despoblado? ¿Cómo sobrevive tamaña virginidad en un planeta cada vez más numeroso? ¿Cómo es este verdadero confín del mundo, azotado por los demonios del clima, inexpugnable y repleto de hazañas marítimas a medio contar?
En ese sentido, el texto cumple con creces. No solo por la pulcritud con que se presentan los datos, sino por la belleza de los recursos estéticos narrativos. El recorrido es presencial. Como si realmente se estuviera de excursión en la península.
La otra dimensión es la argumental, y aquí aparece una complejidad superior a los trabajos anteriores del autor. Hay una historia muy bien armada, que se desarrolla en diferentes grados de conocimiento para los personajes, y que deja al lector con una expectativa permanente.
Hay una tensión argumental que no decae y que no termina de resolverse hasta el último renglón. Ese juego de situaciones que no terminan de ser nunca definitivas es muy atrapante y produce que las páginas se vayan derritiendo entre las manos.
Y también hay un gran acierto: la convergencia de historias pasadas (como los naufragios) con condimentos muy propios de la realidad actual. Se trata de elementos subyacentes de la “fueguinidad vernácula” que conviven en esta y otras historias de Zampatti. Son ejemplos la corrupción, el poder real versus el formal, las personas de doble moral y los falsos profetas.
Si hubiera que sintetizar “Península Mitre. Crónica de una Estafa” podría decirse que es una excursión al lugar más inhóspito del mundo, para terminar conociendo a la sociedad que habita en sus alrededores.
Es que el libro habla mucho más de un “nosotros” fueguino, de nuestra incipiente identidad, que de la belleza cruel de uno de sus paisajes más recónditos y solitarios. Se focaliza en nuestro “desierto” insular, para usarlo como espejo de nuestros desiertos sociales.
La península es como la metáfora de nuestra creación. Un lugar virgen, desolado y hermoso, destinado a convertirse en lo que somos sus habitantes cercanos, ni bien un grupo lo suficientemente importante instale sus actividades allí.
Los fueguinos somos Península Mitre después de unos años de ocupación.
La naturaleza nos regala, por ahora, el privilegio de entender ese potencial destructivo. Y también, claro, la posibilidad de cambiarlo por algo mejor.