martes 16 de abril de 2024 - Edición Nº2337
Dar la palabra » Sociedad » 10 nov 2021

Historias y reflexiones

PODCAST. NOSOTROS los fueguinos II. Capítulo 40. El Dios de la generala (Por Gabriel Ramonet)

Mi padre se abocó durante más de 50 años al estudio de todos los pormenores de la generala, hasta concretar imprevistos descubrimientos que, con el tiempo, tuvieron que ser aceptados por la comunidad científica internacional, especialmente por aquellos académicos vinculados al escolazo, a quienes mi padre venció uno por uno en noches de partidas memorables.


 

Como todo el mundo sabe, mi papá es el dios de la generala.

Esta condición tiene su origen en una especie de relación cósmica con los españoles que inventaron el juego hace más de un siglo, durante una cruda noche de invierno.

En realidad eran dos comerciantes pasados de copas, que alzaron seis piedras y le pintaron a cada una un número. Después las piedras mutaron a cinco cubículos con sus caras numeradas del uno al seis, y el cubilete dejó de ser un vaso de vidrio y se transformó en un recipiente similar pero hecho de cuero de vaca.

El entretenimiento se hizo popular en Europa, especialmente entre los sectores más pobres de la sociedad, y los conquistadores lo trajeron a América, ya con más o menos las reglas que le conocemos.

Iluminado por aquellas almas precursoras, mi padre se abocó durante más de 50 años al estudio de todos los pormenores de la generala, hasta concretar imprevistos descubrimientos que, con el tiempo, tuvieron que ser aceptados por la comunidad científica internacional, especialmente por aquellos académicos vinculados al escolazo, a quienes mi padre venció uno por uno en noches de partidas memorables.

Al dios de la generala se le atribuyen tres revelaciones incontrastables.

La primera es que existe una energía invisible, pero verificable, que el tirador transmite a los dados en el momento de agitarlos dentro del cubilete y de arrojarlos sobre la mesa.

Hasta este descubrimiento (y aún hoy entre personas ignorantes) la gente pensaba que cualquier movimiento aleatorio del recipiente era capaz de concluir en un full servido, y que el estado de concentración del tirador no influía en la posición final de los dados.

Con fuente en estudios derivados de la telequinesis, mi padre demostró que la energía mental enfocada en el momento del tiro duplica las posibilidades de obtener el resultado deseado, del mismo modo que arrojar los dados pensando en cualquier otra cosa, disminuye a la mitad las chances de sacar escalera servida.

El segundo gran misterio revelado por el dios de la generala es el de las técnicas para conseguir el número o el juego que se busca.

En este rubro, las conclusiones fueron categóricas. Gracias a mi padre, ya nadie duda, por ejemplo, que para la obtención de uno o varios números 3, los dados deben rodar por la mayor superficie posible de la mesa. Del mismo modo, el 6 sale ante una breve agitación del cubilete y luego de un golpe corto y seco.

Los incrédulos han intentado refutar estas conclusiones lanzando de esta forma los dados y anotando resultados adversos, sin percibir que la habilidad se desarrolla con el tiempo, luego de años de práctica, como sucede en la mayoría de disciplinas profesionales sin que a nadie se le ocurra contradecir el proceso de aprendizaje.

Pero quizá el mayor aporte de mi padre a la generala haya sido el que también le valió su consideración como deidad suprema.

A fuerza de pruebas y errores, de equívocos y confirmaciones, mi papá descubrió que ya no solo los números de manera individual, sino la combinación de ellos para formar los juegos más preciados del entretenimiento, responden con mayor motivación a profundas y complejas invocaciones de fe.

Ahora parece ocioso decirlo, porque cualquier experimentado jugador lo sabe, pero mi padre documentó que existen dos tercios más de posibilidades de obtener un full servido, si mientras se agita el cubilete se pronuncia en voz alta, la máxima: “San Traful, dame un full”.

Para un resultado idéntico es posible la invocación de “San Abdul” y últimamente hay quienes profieren un “San Majul”, aunque esta última santidad no ha sido aceptada del todo por el dios de todos los cantos.

Por su parte, para la obtención de una escalera servida, basta con el grito de “Santa Rita, dame una escalerita”. Otra santa de la escalera es “Santa Margarita”, y dependiendo de la complejidad del escenario también puede apelarse a “Santa Teresita”, sobre todo si el partido se desarrolla en esa localidad balnearia de la provincia de Buenos Aires.

Hay más invocaciones demostradas con fuerza de ley. El 1 viene si se grita “aaaaahhhhhhhhhhs”, simulando el gemido de un orgasmo, el 2 sale por intermediación de “San Albornós”, el 4 por “San Fortunato” y el 5 por “San Francisco”. El 6 tiene más chances de salir con una variante heterodoxa: “San Francisco de Asís, dame un six”. La escalera mejora sus posibilidades de conseguirse servida, si se dibuja la firma propia en el aire mientras se agita el cubilete, y se agrega la exclamación: “escalera firmada”.

Al espíritu general del juego, mi papá le agregó matices vinculados con el espectáculo. El manual de conductas deseables durante un partido de generala menciona que es mejor realizar todas las invocaciones en tono de voz alto, a veces a los gritos, y tratando de llamar la atención de los ocasiones transeúntes o personas cercanas.

Esta conducta puede derivar en innumerables discusiones familiares, en particular con mi madre que suele amenazar con abandonar lisa y llanamente el partido si no cesa el griterío, o cuando el público comienza a darse vuelta para mirar.

Una vez en Punta Mogotes, dentro de la carpa de un balneario selecto, llegamos a cantar completa “Esta es la luz de Cristo” para invocar una generala, con énfasis en la frase “Yo la haré brillar” que debía coincidir con el momento exacto de lanzamiento de los dados.

En una oportunidad apelamos a versos de la liturgia papal, o canciones de moda durante el verano.

Otros aportes de mi padre relacionados al folklore del juego fueron la denominación de los objetos y circunstancias en que se practica la disciplina.

Así, a los dados, cubilete, lapicera y papel para anotar se los denomina “herramientas”, mientras que los partidos tienen categorías de acuerdo al momento del día. Por ejemplo, la generala post baño de mar se denomina “de secado”, la de después de comer se llama “digestiva” y a la última de la temporada se la conoce como “de despedida”.

Con mi padre hemos jugado a la generala en todas partes. En lujosas mesas de barcos en alta mar, en mesitas de aeropuertos o confiterías, en lonas sinuosas dispuestas sobre la arena o en superficies rígidas pero irregulares que causaban todo tipo de litigios y confrontaciones.

El poder de dios, se sabe, no conoce de fronteras. He visto coronar sus invocaciones sobre la costa del Canal Beagle y sobre el bravo Pacífico de Viña del Mar;  en casi todas las provincias argentinas pero también en Chile, Brasil o Uruguay.

Eso sí, y por favor no revelen este secreto. El poder de dios tiene un límite que nadie debería conocer. Las piruetas cósmicas de los dados en el aire, las chispas de energía celestial que sobrevuelan la agitación del cubilete, la majestuosidad de los tiros anunciados y la atmósfera de arcos iris que se forma alrededor de un partido de generala, solo funcionan cuando Él está presente.

Cuando ello no ocurre, los dados saltan con la rutina de un empleado bancario que cuenta billetes en la caja, los cantos suenan a compadreadas sin sentido, y la generala se transforma en un juego mundano, dominado por la dictadura del azar, y ávido de que algún alma superior se anime a confrontar su destino inerte.

 

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