viernes 26 de abril de 2024 - Edición Nº2347
Dar la palabra » Sociedad » 3 jul 2021

Historias y reflexiones

PODCAST. NOSOTROS los Fueguinos II. Capítulo 22. Lugares desaprovechados de Ushuaia (Por Gabriel Ramonet)

Tantas recorridas por la ciudad en estos meses me han hecho ver la trascendencia de algunos lugares, quizá un tanto desaprovechados, y también la necesidad de otros con los que todavía no contamos. La idea de esta modesta reflexión es hacer algunos aportes sobre esos sitios existentes e imaginados


 

Es muy común escuchar que la “pandemia nos cambió la vida”. Sin embargo, no se ahonda tanto en las implicancias de ese cambio. Yo creo que no solo hemos modificado comportamientos relacionados a la movilidad: la imposibilidad de viajar, visitar familiares y amigos, en definitiva, movernos libremente en diferentes espacios. También hemos cambiado el modo de vincularnos con el entorno, con los mismos elementos que nos rodeaban antes de la aparición de este maldito virus.

Quizá una cosa sea consecuencia de la otra. Menos posibilidad de salir, más necesidad de interactuar con la tecnología o más tiempo para la autorreflexión. Y menos chances de viajar fuera de la provincia, más aprovechamiento del entorno urbano y paisajístico de la ciudad.

Pero no solo aprovechamiento, sino también nuevas miradas. Diferentes puntos de vista. Modos distintos de apreciar y de entender el ambiente en el que nos desenvolvemos.

Tantas recorridas por la ciudad en estos meses me han hecho ver la trascendencia de algunos lugares, quizá un tanto desaprovechados, y también la necesidad de otros con los que todavía no contamos.

La idea de esta modesta reflexión es hacer algunos aportes sobre esos sitios existentes e imaginados. Todos desde el sentido común y desde la impunidad que implica hablar sin la responsabilidad de manejar fondos públicos y sin el conocimiento científico acerca de la factibilidad de tal o cual proyecto.

Uno de los lugares que se me ocurre de enorme valor urbano, y aún así ocioso en su utilización, es la Laguna del Diablo. Funcionó allí un negocio de alquiler de patines sobre hielo, ahora abandonado, y ya casi nada queda de sus instalaciones.

La laguna no es solo un espejo de agua dentro de la ciudad. Es un bosque que la rodea, con gran vegetación y caminos internos hechos por el deambular de la propia gente. Unos pocos asientos y juegos sobre uno de los laterales. Nada más.

Por qué no convertir esa reliquia paisajística en un gran parque urbano, iluminado como corresponde, con senderos demarcados y mantenidos, con carteles informativos sobre la flora y la historia del lugar. Con veredas para correr, caminar o andar en bicicleta. Por qué no con algunos negocios aledaños, que vendan artesanías o productos locales a los turistas en temporada. Con cestos de basura, con bancos, con mesas, con juegos infantiles, con puentes.

Por lo demás, ya he dicho en otra reflexión que la Laguna del Diablo podría ser todo eso y, además, la plataforma inferior de alguna aerosilla, funicular, teleférico o transporte similar, que permitiera ascender por la antigua pista de esquí del Club Andino hasta las cotas superiores de la montaña. ¿Se imaginan las posibilidades de semejante atracción turística en medio de la ciudad, sin mayor impacto ambiental porque no haría faltar talar árboles, al utilizarse el recorrido de la antigua pista? Me han refutado que el costo de esa inversión, aún para capitales privados, sería enorme. No lo pongo en duda. Pero insisto en que sería un proyecto formidable. Y me conformo con la idea de poner en valor la laguna como un verdadero parque urbano, y no como ahora, que deambula entre un baldío y un paraje solitario e inerte.

A pocas cuadras de allí, sobre la avenida Alem, se encuentra el llamado “Camino de los presos”. Un sendero que constituye parte del recorrido del famoso trencito del penal y que incluso tiene todavía enterrados los durmientes sobre los que se asentaban las vías de aquel icónico transporte.

Aunque sea difícil de creer, el lugar no tiene ni siquiera un cartel que anuncie su entrada, como también ocurre en el ingreso a numerosos senderos urbanos, entre ellos la senda de los hacheros frente al ex Hotel Del Glaciar.

Para comenzar a transitarlo hay que cruzar un pequeño puente de madera, precario y muchas veces derrumbado. Otra vez el planteo de la laguna. ¿No deberíamos aprovechar este tremendo lugar cargado de historia, no solo para los visitantes sino también para nosotros, los habitantes de la ciudad? ¿No se puede hacer un buen camino, mantenido, amplio, por el que se pueda caminar, correr o andar en bicicleta sin enterrarse en el barro, caerse en el hielo o esquivar lagunas de agua estancada? ¿No se puede señalizar con carteles repletos de referencias históricas o informativas sobre las especies vegetales o animales que forman parte del paisaje? ¿Por qué no algún negocio que funcione en temporada, dentro del camino? O miradores, o senderos hacia puntos panorámicos, o alguien que te espere al final para tomar una foto. Por qué no aprovecharse de la mística del lugar. Aferrarse a las leyendas, pero también a las historias de los presos que seguramente fueron y vinieron por ese camino llevando leña y también sus almas en pena.

Por ahí me equivoque, pero pregunto. ¿Cuánta gente de Ushuaia habrá que no conoce ese camino, que no lo recorrió nunca? ¿Habrá proyectos escolares que incluyan llevar a los alumnos a ese sitio para mostrarles una parte de nuestra historia? ¿El barro, el hielo y el aspecto de abandono del camino hará que no se lo tenga en cuenta para ese tipo de actividades?

La última referencia es a una idea que no es propia y que hemos conversado mucho con amigos. ¿No le falta a Ushuaia una bicisenda que la circunvale por completo, que permita recorrerla total o parcialmente de forma segura, a pie, corriendo o en bicicleta?

Una bicisenda que recorra toda la avenida Alem, la avenida Héroes de Malvinas, Perito Moreno, Maipú e Hipólito Irigoyen. Bien demarcada donde ya hay asfalto, construida sobre las actuales banquinas en la ruta de arriba y la de abajo, mantenida por supuesto. Que permita a intrépidos caminantes recorrer los 23 kilómetros o 24 que constituyen el perímetro urbano. Que permitan a los cientos de amantes del ciclismo o los corredores hacer una práctica deportiva en condiciones más seguras, sin el riesgo de ser atropellado por un auto o sin tener que encallar en el barro o el hielo.

No soy tan naif como para no entender que todas estas iniciativas requieren de presupuestos. Lo comprendo perfectamente. Pero los presupuestos son también prioridades de unos temas sobre otros. Y la pandemia nos ha vuelto a relacionar con el ambiente, y nos ha hecho volver a sentir que probablemente lo más cercano termine siendo lo más importante.

Entonces vayan estos pensamientos expresados con forma de ingenuas esperanzas, sin mayores expectativas, pero con la secreta convicción de que alguien podrá animársele a su contenido.

 

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