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Dar la palabra » Medio Ambiente » 8 mar 2019

Debate sobre obras y medio ambiente

Los grandes ausentes: El derecho al ambiente de los más vulnerables (Por Guillermo Worman)

Salvo alguna excepción, el factor humano no conmueve a un sector que tiene la habilidad de alzar su voz para apoderarse del derecho ambiental como un tema de su exclusividad. De este modo, la preocupación y las presiones planteadas incluyen todo, menos la eliminación de un aspecto central: la población que vive en las peores condiciones.


Entre las millones de palabras escritas en Tierra del Fuego sobre lo que podríamos llamar la cuestión ambiental, hay un gran ausente. Se trata de la población fueguina más vulnerable. Ese amplio sector sufría de un mal endémico, inmensamente extendido en nuestro país: acostumbrarse a vivir sin servicios sanitarios y naturalizar que niños, jóvenes y ancianos estén condenados a vivir rodeados de aguas cloacales crudas o sin el tratamiento adecuado.

En general, salvo alguna excepción, esto no conmueve a un sector que tiene la habilidad de alzar su voz para apoderarse del derecho ambiental como un tema de su exclusividad. De este modo, la preocupación y las presiones planteadas incluyen todo, menos la eliminación de un aspecto central: la población que vive en las peores condiciones.

De tanto hablar del ambiente como un mero paisaje, las personas que sufren la contaminación quedaron doblemente postergadas. Primero, por la enorme falta de políticas de Estado en años anteriores, que incluyó el total y absoluto abandono del sistema sanitario en todo el territorio fueguino.

Por caso, en Río Grande sólo funciona una planta sanitaria con capacidad para tratar (en el mejor de los casos) las aguas cloacales de hasta 40.000 vecinos, cuando la ciudad supera ampliamente los 100.000. ¿Alguien recuerda cuál fue la última obra de ingeniería sanitaria que se construyó? Es la que está desde antes de 2000.

Tolhuín tiene la misma matriz, o aun peor. Ya muchas veces explicamos que el ingeniero Jorge Garramuño impulsó la construcción de una pequeña planta cuando fue ministro de Obras Públicas en la gestión de José Estabillo. Sí, en 1995. Y esa planta operó 3 o 4 meses y después dejó de funcionar. Pero no dejó de funcionar: el Estado la abandonó.

¿Y Ushuaia? La bella ciudad ubicada en el Fin del Mundo, el puerto de cruceros que recibe la mayor cantidad de embarcaciones que van a la Antártida. Una ciudad plagada por el imaginario descomunal de un sitio remoto por donde navegó Darwin con la emblemática corbeta Beagle y una capital de provincia en donde se cuenta con la dicha de tener un importante centro de investigación científica, estuvo una década tirándose a sí misma las cloacas crudas frente a sus narices. A la vista de todos, en plena Bahía Encerrada, ese lugar tan preciado por la aves que allí nidifican.

La segunda postergación: ¿quién escribe sobre los pobres que no tienen cloacas y se enferman?

Esta concepción deshumanizada del ambiente no prestó atención a que decenas de barrios que volcaban sus cloacas crudas ante la complicidad de decenas de personas conscientes de los daños que esto implicaba. ¿O alguien podría desconocer hacía dónde iban las aguas turbias de las casas ubicadas sobre los turbales, de los hogares ubicados en la margen del barrio Colombo o de las miles de viviendas que están construidas arriba de la Avenida Alem sin ningún tipo de servicio? ¿Y Andorra? Esa enorme urbanización lindante con el Arroyo Grande, principal fuente de agua cruda para potabilizar el agua para la ciudad, donde ninguna de sus casas tenía conexión cloacal.

La contaminación de los sectores más postergados poco logró conmover. Tolhuín estuvo hasta diciembre de 2016, cuando la gobernadora Rosana Bertone puso en marcha aquella planta que había construido Garramuño, sin ningún tipo de tratamiento sanitario. La Margen Sur, ese sector donde habitan las familias con mayores necesidades sociales de Río Grande, hasta hoy viven en una de las peores condiciones de vida de todo Tierra del Fuego. Pero esta concepción inhumana del ambiente no gasta una gota de tinta en las familias que se enferman por vivir en condiciones atroces. Es probable que esta lógica utilice su tiempo en poner en evidencia muchas formas de impacto, siempre a excepción de las imágenes de las viviendas fueguinas más humildes.

Alguna vez escuché la explicación de la “ciudad chica” o de la “Tierra del Fuego para pocos” y otras barbaridades cuasi racistas sobre otros argentinos que decidieron, con el mismo derecho, también venir a vivir con la expectativa de tener trabajo, salud y educación; estas u otras explicaciones similares son de una enorme miseria.

La Corte Suprema de Justicia de la Nación se abocó a uno de los principales problemas ambientales que sufre Argentina: La causa Riachuelo. Se involucró, básicamente, porque la gente no tiene derecho a vivir en la indigencia y en ambientes en donde existen riesgos para la salud. El máximo tribunal priorizó defender lo que podríamos llamar el factor humano. El señor llamado Carlos, la señora Adriana, pibes con nombre como Mateo, Alberto, Carlita o Juana u otros. Adultos mayores que no pueden vivir sin dignidad. Allí se metió de cabeza el máximo tribunal del Poder Judicial del país para restituir derechos.

En esa línea, desde diciembre de 2015 en Tierra del Fuego se trabaja en 8 plantas sanitarias en todo el territorio provincial. Aclaro esto porque antes no se trabajaba en ninguna. La gestión provincial anterior dejó las plantas de pretratamiento de Ushuaia y Tolhuin sin siquiera tablero de energía. Y en Río Grande ni se esbozó diseñar una planta que complemente a la construida en la zona del Cristo. Aquella también fue una iniciativa del ingeniero Jorge Garramuño, que nunca fue identificado como “ambientalista”, pero fue hasta la gestión de Rosana Bertone el único que decidió invertir para no contaminar en los últimos 25 años.

“Arroyo Grande”, “Bahía Golondrina”, “1 de junio”, “Taha”, “Bajo Tolhuin”, “Almanza” y “Margen Sur” son los nombres de las plantas que van a evitar la contaminación por cloacas. Hay otros tantos troncales sanitarios ya construidos y otros en marcha con el mismo fin. Básicamente, porque enormes zonas de las tres ciudades no tenían ni siquiera caños para colectar las aguas cloacales que salen de los domicilios.

Para mí hay un caso emblemático: en Río Grande, en la Margen Sur, sobre la arena de la playa del Mar Argentino, hay un caño negro que diariamente larga miles de metros cúbicos de cloacas sin tratar por día. Ese vertedero está a 100 metros de la Escuela Antártida Argentina. Ahí van niños en edad escolar. Son los hijos de las familias con menos derechos de Tierra del Fuego. Pero esa contaminación no le preocupa (no es que le preocupa menos) a muchos de los que militan la causa ambiental.

Entonces, todos tenemos algo que decir: los preocupados por cómo impacta el paisaje y los ocupados por mejorar la salud de las personas que se enferman por vivir en condiciones inaceptables.

Pensé en esto hace muy pocos días atrás cuando la escuché a la gobernadora Rosana Bertone en su discurso con motivo de poner en funcionamiento la segunda planta de tratamiento cloacal que construimos en Tolhuin, en tres años de gestión. Allí anunció que ya encara la tercera planta sanitaria para la ciudad. Cuando Bertone tocó el botón verde de encendido comenzó a ingresar en la planta un reguero monstruoso de líquidos cloacales con un fuerte e inmundo olor. Desde ese día las cloacas se tratan en esa zona de Tolhuin. Hasta entonces, esos excrementos circulaban por el frente de centenares de viviendas. Y pensé: ¿Por qué a cierta gente no le preocupa que las personas con menos derechos empiecen a tener mejor calidad de vida?

Lo bueno de todo esto es que en mayo se inaugura la nueva Planta Bahía Golondrina y que está en pleno trabajo la Planta de Margen Sur.

Hasta diciembre de 2015 la contaminación de los más vulnerables estaba fuera de la agenda política y ahora está en el centro de la escena.

También, lo valioso es que cada uno puede seguir escribiendo, denunciando y proponiendo medidas para mejorar la calidad ambiental fueguina. A nosotros nos encanta cuando esto sucede, pero además que la gente que vivía mal, progresivamente vaya desarrollándose con más dignidad.

Lo otro que resulta muy positivo es que seguimos trabajando en las obras que faltan concretar; aún faltan porque anteriormente el Estado no afectaba presupuesto para que la población no viva entre la contaminación. Y lo bueno es que está en marcha.

 

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