lunes 09 de diciembre de 2024 - Edición Nº2574
Dar la palabra » Medio Ambiente » 22 nov 2017

La defensa del entorno natural

¿Muere el paisaje? (Por Julio Lovece)

Para quien tiene una mirada que va más allá de lo que se ve, un paisaje es mucho más que un juego estético de la naturaleza o una escenografía donde nos divertimos. Pero a no confundirnos, los paisajes no dirán más que lo que estemos preparados para ver y oír.


Para quien tiene una mirada que va más allá de lo que se ve, un paisaje es mucho más que un juego estético de la naturaleza o una escenografía donde nos divertimos. Pero a no confundirnos, los paisajes no dirán más que lo que estemos preparados para ver y oír.

Ellos nos devuelven lo que hacemos de ellos, del trato que les dispensamos, hablan de nosotros y nos representan fielmente. Califican nuestra inteligencia, nuestra cultura y nuestro estado de conciencia.

Fernando González Bernáldez, dice en el prefacio de su libro “Ecología y Paisaje”: “El paisaje es fundamentalmente información que el hombre recibe de su entorno (…) el reconocimiento de las cualidades estéticas y emocionales de un paisaje está ligado al reconocimiento que poseemos de él.”

Y otro español: Santiago Fernández en su “Ecología para ingenieros”, expresa: “el paisaje no sólo se mira, sino que se penetra, se siente, se oye, se huele, se palpa... Tiene calor o frío, es seco o húmedo, con viento o en calma...y todo ello llega a nuestros sentidos y, alcanzando nuestro subconsciente, produce sentimientos variados.

Cuando un bosque pierde el canto de los pájaros, parte del paisaje muere un poco. Cuando un arroyo pierde la calidad de sus aguas, el paisaje muere un poco. Cuando un valle es cruzado por una carretera, el paisaje muere un poco. Cuando una sierra es cruzada por un tendido eléctrico, el paisaje muere un poco. Cuando el hombre deja su huella sobre la naturaleza, el paisaje y ésta, mueren un poco.”

“Una fotografía o un cuadro, pueden ser la presentación instantánea de un paisaje, interpretado subjetivamente y resaltando algunos de sus componentes. E incluso éstos producen, también emociones diferentes en quien los contempla.”

Por ejemplo las obras de los grandes artistas de la historia de la humanidad, supongo que no hacían más que perpetuar un momento, un lugar, una persona y una emoción.

Con los elementos de los que se disponía. Vicent Van Gogh o Claude Monet, por nombrar dos genios, mantienen vivos muchos paisajes, siguen presentes y ellos, sus autores, de alguna manera también gracias a lo que pintaron. Incluso hasta la famosa Gioconda de Leonardo Da Vinci se encuentra enmarcada en un paisaje. Es dentro de estas reflexiones que he querido imaginar, cuál hubiese sido la inspiración o el resultado si lo observado por estos artistas hubiese sido diferente, si hubiesen tenido otros elementos distorsionantes de esa realidad o imagen. Si en lugar de molinos o árboles hubiesen sido torres de alta tensión o contenedores.

Hay muchas similitudes entre las obras de arte y los paisajes, ya lo habrán descubierto. Son irrepetibles, singulares, originales, requieren capacidad de observación, de sensibilidad, de inteligencia, conocimiento, agudeza a la hora de interpretarlas y, por sobre todo, una importante cuota de humanismo y respeto.

Las grandes obras de arte de la humanidad, como los paisajes, pueden ser dañadas, destruidas, robadas o perdidas, requieren protección y preservación.

Un amigo, el Dr. Luis Castelli de Fundación Naturaleza para el Futuro, me ha hecho notar que cuando un individuo roba una obra de arte o la daña, el escándalo es enorme y repercute en el mundo, es titular de todos los medios, no hay quien no se entere y recibe las críticas de millones de personas, incluso termina preso. Sin embargo cuando se destruye un paisaje, sea éste natural o urbano, no pasa nada.

¿Se muere el paisaje?, cómo es posible, si un paisaje nos emociona, nos invita a caminar, a explorar, a recordar, nos identifica, nos ubica geográficamente, es materia prima de industrias, hasta puede ser declarado una de “las maravillas del mundo” y promocionarnos internacionalmente.

El paisaje se defiende: es medio ambiente, es un recurso natural no renovable, es calidad de vida, es un bien colectivo, ya que pertenece a todos y es un bien jurídico, tenemos derecho al paisaje. En resumidas cuentas encierra valores ecológicos, históricos, culturales, estéticos y simbólicos.

Pese a ello, nos empecinamos en darle un uso vulgar, lo transformamos en el espacio sobre el que hacemos catarsis de una semana de encierro. Lo llenamos de basura, lo incendiamos, lo aturdimos de ruidos, lo impactamos, lo desvalorizamos y, hasta para “disfrutarlo”, le construimos rutas encima, planificadas para ir más rápido y volver lo antes posible. Hoy vivimos en ciudades que parecen solo pensadas para los edificios y los autos y los fines de semanas vamos a los paisajes para hacer una fogata, jugar a la pelota y poner música a todo volumen.

En su libro “Antes del Fin” Ernesto Sábato habla de las bellezas de la tierra y confiesa: “En Ushuaia quedé trastornado por las enigmáticas montañas del fin del mundo…”.
Los paisajes aún están vivos, aunque es posible que mueran, si es que prevalecen quienes, al observar una montaña, sólo se les ocurra ponerles torres por delante, cortarlas a la mitad para hacer caminos o pensar en los minerales que contiene.

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