lunes 09 de diciembre de 2024 - Edición Nº2574
Dar la palabra » Sociedad » 23 nov 2024

Historias y personajes

Apuntes sobre la Patagonia Trágica (PARTE II) (Por Carlos Zampatti)

Pero… la patronal incumplió el acuerdo y al día siguiente del retiro de las tropas de Varela comenzó a tomar represalias contra los huelguistas. Para ello recibió refuerzos de la Liga Patriótica Argentina que actuó como fuerza parapolicial


La primera huelga de los obreros rurales del territorio de Santa Cruz, que había comenzado en noviembre de 1920, terminó resolviéndose gracias a la mediación del gobernador Iza, el juez Ismael Viñas y ―en menor medida― el periodismo militante de José María Borrero desde las páginas del periódico La Verdad que publicaba en Río Gallegos. Los trabajadores rurales depusieron las armas, liberaron a los rehenes y los ganaderos prometieron aceptar las demandas por mejores condiciones de trabajo. Las tropas del gobierno nacional, comandadas por Héctor Benigno Varela, que había adoptado una actitud componedora, volvieron a Buenos Aires sin disparar un tiro y todo parecía encaminarse hacia la normalidad.

Pero… la patronal incumplió el acuerdo y al día siguiente del retiro de las tropas de Varela comenzó a tomar represalias contra los huelguistas. Para ello recibió refuerzos de la Liga Patriótica Argentina que actuó como fuerza parapolicial. Mientras tanto, el grupo yrigoyenista nucleado alrededor del gobernador Yza, José María Borrero y el juez Ismael Viñas, entre otros, trataba de intermediar para impedir que la situación se agravara.

La situación empeoró al dividirse el sindicalismo: por un lado la Federación Obrera de la República Argentina nacional, envió a Santa Cruz a un representante que se enfrentó con la filial de Río Gallegos, la Sociedad Obrera, presidida por Antonio Soto. Como consecuencia de esto, telegrafistas, choferes, y obreros de frigoríficos se enfrentaron en distintas oportunidades con los peones rurales y no se logró aunar una política común ante el incumplimiento del laudo logrado en febrero de ese año.

El grupo más radicalizado, encabezado por el Gallego Soto, tuvo algunos éxitos parciales al boicotear a los terratenientes y delegados de frigoríficos extranjeros, pero el gobernador Yza dejó de tenerlos como aliados, reconociendo sólo al representante de Buenos Aires de la FORA.

Por otro lado, la Sociedad Rural, a través de notas en diarios de Buenos Aires (La Nación, La Prensa y La Razón), denunciaba el peligro anarquista y el bandolerismo. Exageraba los desmanes y el peligro de la banda de El Toscano, azuzando, incluso, sobre la posibilidad de que ante esa situación Chile se apoderase de Santa Cruz. Como remate, los ganaderos trajeron rompehuelgas de otras regiones, quienes se enfrentaron con los huelguistas.

El mes de octubre de 1921 fue el momento bisagra. El punto más conflictivo era El Consejo Rojo, capitaneado por El Toscano, que se dedicó al pillaje, incluyendo tomas de rehenes. Antonio Soto quiso coordinar un plan de acción que establecía hacer huelga y boicotear sólo a los estancieros que no hubieran cumplido con el pliego de condiciones firmado en febrero. No hubo acuerdo y El Toscano se cortó solo. Fue capturado por el comisario Vera el 8 de octubre de 1920 gracias a las denuncias formuladas por los mismos obreros fieles a Soto.

Como siempre sucede en estos casos, hubo reportes de violaciones por parte de los huelguistas a esposas de estancieros o de policías que fueron tomados como rehenes, sin que hubiera comprobación fehaciente al respecto.

Mientras Soto seguía recorriendo el interior de la provincia y recogiendo el apoyo de la peonada rural, los ferroviarios de Puerto Deseado y estibadores de San Julián y otros puertos seguían las directivas de la FORA nacional.

El movimiento obrero estaba aislado: el gobernador Yza se había distanciado de los huelguistas; el juez Ismael Viñas fue llamado desde Buenos Aires a defenderse de un juicio político y José María Borrero estaba retirado y silencioso.

El 24 de octubre se allanaron los locales de la Federación Obrera en distintas ciudades costeras y se arrestaron a sus dirigentes obreros. Fueron torturados y deportados los que eran extranjeros. Soto seguía recorriendo estancias para instar a los peones a la huelga, y si bien llamaba a la toma de los establecimientos, no deseaba un enfrentamiento armado con las autoridades. Sin embargo, ante las detenciones, torturas y deportaciones por parte de la policía aparecían dirigentes proclives a la resistencia armada.

La cosa comenzó a desmadrarse de tal manera que el presidente Yrigoyen decidió el envío de dos cuerpos de caballería: uno comandado por el teniente coronel Benigno Varela y otro por el capitán Elbio Ayala. Arribaron a Gallegos el 10 de noviembre de 1921. Seis meses después de su partida. Allí le informaron que el orden estaba subvertido y «hombres levantados en armas contra la Patria amenazaban la estabilidad de las autoridades destruyendo, incendiando, requisando caballos, víveres y toda clase de elementos».

Varela contaba con 200 hombres bien pertrechado, mientras que los huelguistas eran 2.000 algunos armados con fusiles y revólveres modernos (según Bayer suministrados por carabineros chilenos que frecuentaban bares en los poblados cercanos a la frontera).

Varela impuso la «pena de fusilamiento» contra peones y obreros en huelga. No queda en claro si fue por iniciativa propia o por instrucciones del gobierno nacional. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, el gobierno chileno cerró la frontera, pero era permeable al paso a tropas argentinas para que persiguieran huelguistas que pudieron haberla cruzado.

El 11 de noviembre de 1921 el prisionero chileno Triviño Cárcamo tuvo el triste privilegio de ser el primer fusilado por las tropas de Varela.

El 14 de noviembre el ejército tuvo el «bautismo de fuego». Se enfrentaron a 100 huelguistas armados casi todos con cuchillos. Tomaron 80 prisioneros y fusilaron a la mitad.

A fines de ese mes de noviembre, un grupo de huelguistas comandados por Outerello tomaron el pueblo de Paso Ibáñez, hoy Comandante Luis Piedrabuena. Alojaron a los policías y estancieros que tenían como rehenes en el cine local. Outerello intentó parlamentar con Varela demandando la libertad de los peones presos y el cumplimiento del pliego de condiciones que se había firmado en febrero anterior. Varela les exigió la rendición incondicional y ante la negativa hubo una serie de escaramuzas que resultaron en dos policías muertos y unos 20 huelguistas muertos en los enfrentamientos más un número indeterminado de fusilados.

Simultáneamente, en el centro sur, Antonio Soto producía el levantamiento de la peonada en las estancias por donde pasaba. La mayoría se incorporaba a las columnas armadas y los propietarios o administradores de las estancias que se oponían eran tomados como rehenes. Así se formaron varias columnas de hasta 300 personas cada una distribuyéndose la logística y los territorios ocupados. Cada toma de decisiones era producto de la decisión de una asamblea de campesinos. El capitán Viñas Ibarra lo perseguía y le pisaba los talones. El 2 de diciembre cruzaron en bote el río Santa Cruz y sorprendieron a un grupo de huelguistas en el paraje «El Perro» matando a 20 obreros. Luego recorrieron toda la región del lago Argentino «limpiándola» de activistas, fusilándolos allí donde los encontraran.

Persiguió al grupo del Gallego Soto hasta el paraje La Leona, allí se entregaron unos 80 huelguistas. El resto se escapó hacia la estancia La Anita, comandados por Soto y el alemán Shultz. Allí los alcanzó Viñas Ibarra y les exigió rendición incondicional. Los huelguistas en una asamblea discutieron qué hacer. La mayoría, sobre todo chilenos, decidieron la rendición diciendo que ellos querían trabajar, no deseaban pelear con los militares. Soto con doce hombres se fugó a Chile. El alemán Shultz, a pesar de no estar de acuerdo con la rendición ya que quería pelear por su vida, acató lo decidido por la mayoría aun sabiendo que los iban a fusilar.

Durante los días 7 y 8 de diciembre fueron fusilados entre 100 y 200 huelguistas al pie de su propia tumba que ellos mismos cavaron. Entre el 12 y el 20 de diciembre Viñas Ibarra recorrió la región del lago Argentino fusilando a los últimos huelguistas dispersos.

La represión continuó hacia el norte de lago Argentino: el 17 de diciembre en un lugar denominado Tapera de Casterán, luego de un tiroteo, fusilaron a un centenar de prisioneros, entre ellos el dirigente Albino Argüelles. El capitán Elbio Anaya, asistente directo del Tte. Coronel Varela, comandaba las tropas represoras.

La última columna rebelde estaba dirigida por el entrerriano José Font, Facón Grande. No era peón sino capataz y dueño de carretas de transporte de lana y estaba bien considerado por la peonada. En la zona del Ferrocarril Patagónico y dividió sus fuerzas en dos columnas de unos 300 hombres cada una: una estacionada al sur de Puerto Deseado y otra, comandada por él, ocuparon Pico Truncado y Las Heras. El 18 de diciembre Varela envió un tren con soldados desde Puerto Deseado y retomó el control de Las Heras sin mayor resistencia. Allí fusilaron a los dos cabecillas.

El 20 de diciembre Benigno Varela arribó en un tren a la estación Tehuelches en donde había un campamento de 200 o 300 huelguistas al mando de Facón Grande. Allí se produjo el único combate propiamente dicho entre huelguistas y el ejército, el Combate de Tehuelches. Hubo dos soldados muertos y tres huelguistas.

La confusión fue que los huelguistas creían que se estaban enfrentando con la policía de Santa Cruz o grupos parapoliciales. Cuando advirtieron que tenían enfrente al ejército comandado por Varela, en asamblea decidieron iniciar negociaciones para entregarse en recuerdo a la buena imagen que había dejado el teniente coronel el año anterior. Mandaron a tres negociadores a Jaramillo, lugar en donde había retrocedido Varela luego del combate. Éste les dijo que les perdonaría la vida si se rendían y entregaban las armas. La rendición se produjo en la Estación Tehuelche y Varela, contrariamente a lo prometido, fusiló a no menos de 50 hombres, entre ellos a Facón Grande.

A partir de ese día las tropas se dedicaron a rastrillar todo el territorio de Santa Cruz en busca de los huelguistas dispersos. Allí donde los encontraban los fusilaban. La limpieza de rebeldes terminó a fines de enero de 1922. En total, según Bayer, habrían sido asesinados entre 1.000 y 1.500 obreros y huelguistas.

Hacia febrero, las tropas, cumplida su misión, se dirigieron a los puertos de embarque. En ese trayecto, pararon en Puerto San Julián en donde Varela les permitió un franco higiénico como para aliviar las tensiones de tanto fusilamiento. Así fue que se llegaron al prostíbulo La Catalana. Pero sucedió que las cinco prostitutas, con palos y escobas, los echaron mientras les gritaban «asesinos, porquerías, cabrones mal paridos», además de «otros insultos obscenos propios de mujerzuelas», tal como señala el acta policial. La repartija de palos y escobazos de las mujeres dio resultado. Los soldados retrocedieron hasta el bar de la vereda de enfrente donde decidieron cambiar sexo por alcohol.

Ésta fue la única batalla en la campaña patagónica de aquel verano que perdieron los hombres de Varela.

Finalmente, cabe señalar que en varios de los lugares en donde se produjeron los enfrentamientos y fusilamientos más representativos están señalizados: cerca de Gobernador Gregores está individualizada una fosa común en el Cañadón de los Muertos, también en la Estancia Bella Vista, en la estación Tehuelche, cerca de lo que hoy es Fitz Roy y en Piedrabuena. En Jaramillo hay un recordatorio de Facón Grande.

En la Estancia Anita, cerca de El Calafate hay un cenotafio que recuerda el fusilamiento de los huelguistas, pero sus dueños, herederos de los de hace un siglo, no accedieron a que se hiciera una prospección para determinar el lugar de las tumbas que los fusilados cavaron ellos mismos.

Como dato curioso, cabe señalar que todas las fotografías que se conservan, referidas a los enfrentamientos de 1920 y 1921, fueron obtenidas por el fotógrafo Kurt Kirchner, abuelo del ex presidente, inmigrante suizo y residente de Río Gallegos, que fuera contratado a tales efectos por el Ejército Argentino.

 

LOS VENGADORES DE LA PATAGONIA TRÁGICA

Entre 1922 y 1925 se produjeron una serie de venganzas encadenadas en relación a los hechos descriptos:

→ El 27 de enero de 1923 el anarquista Kurt Wilkens asesinó a Varela en la puerta de su casa cuando él salía de la misma. Le tiró una bomba y lo remató de 4 tiros. Herido, fue aprehendido por la policía.

→ El 16 de junio de 1923, cinco meses después, Ernesto Pérez Millán Témperley, de la Liga Patriótica, se infiltró vestido de guardiacárcel en la prisión en donde estaba Kurt Wilkens y lo mató de un tiro de fusil.

→ El 9 de noviembre de 1925, Simón Wladirimovich, recluso en el presidio de Ushuaia, logró que fuera trasladado al hospicio de la Merced de Buenos Aires en donde Millán Témperley estaba recluido en una celda VIP para vengar al vengador. Como no pudo acceder al pabellón donde estaba Témperley instruyó a Esteban Lucich, qué sí podía hacerlo, para que lo matara. A tal efecto le proveyó un revólver cargado con seis balas y le hizo aprender de memoria la frase que debía decirle antes de matarlo: «esto te lo manda Wilckens».

 

LA PELÍCULA:

Hubo una película, La Patagonia Rebelde, una de las más importantes de la historia del cine argentino. Fue dirigida por Héctor Olivera e interpretada por Héctor Alterio, Luis Brandoni, Pepe Soriano, Federico Luppi y Franklin Caicedo, entre muchos otros grandes actores.

La crónica de las cinco prostitutas de La Catalana, debería haber sido el final de aquella película que hizo historia contando aquella historia. Pero no pudo ser porque el ejército, en aquel 1973 cuando fue filmada, sostenía que esas putas habían insultado al uniforme de la Patria. Eran tiempos difíciles y Héctor Olivera tuvo que tirar a la basura unos cuantos metros de celuloide para que pudiera exhibirse. Se estrenó el 13 de junio de 1974 gracias a la autorización expresa de Perón, pero luego de su muerte fue prohibida por el gobierno de Isabel Perón.

Cabe señalar, además, que varios de los protagonistas de la película, posteriormente formaron parte de las listas negras, algunos de los cuales debieron exiliarse ante las amenazas de la Triple A primero, y luego de la dictadura militar.

Luego del golpe militar de 1976, el gobernador de Santa Cruz, Jorge Cepernic, que permitió la filmación de la película, fue encarcelado durante casi un año en castigo.

 

NEWSLETTER

Suscríbase a nuestro boletín de noticias

OPINIÓN