sábado 02 de noviembre de 2024 - Edición Nº2537
Dar la palabra » Política » 16 ene 2024

Pasado carcelario

Ushuaia en fuga: algunos de los escapes más célebres del Fin del Mundo (Por Gabriel Ramonet)

Si bien casi todos fueron fallidos, muchos de los escapes incluyeron sofisticados planes y maniobras logísticas destinadas a sortear los dos grandes problemas de cualquier evasor de cárceles en Tierra del Fuego: la geografía y el clima.


 

Desde el antiguo penal que recluía a presos peligrosos en los primeros 40 años del siglo pasado, hasta la alcaidía que bajo estricta supervisión castrense funcionaba durante la última dictadura militar, la ciudad de Ushuaia registra célebres intentos de fuga cuyos protagonistas se convirtieron en personajes de leyendas, resistentes al paso del tiempo.

Si bien casi todos fueron fallidos, muchos de los escapes incluyeron sofisticados planes y maniobras logísticas destinadas a sortear los dos grandes problemas de cualquier evasor de cárceles en Tierra del Fuego: la geografía y el clima.

Algunos lograron soportar ambas inclemencias por días o semanas, y movilizaron despliegues inusitados de fuerzas de seguridad o de militares, dando lugar a escenas dignas de ser inmortalizadas en películas de cine.

El historiador fueguino Hugo Santos recuerda que el Penal de Ushuaia, que funcionó entre 1902 y 1947 y que albergó presos peligrosos de la talla de Cayetano Santos Godino, alias el “Petiso Orejudo”, era el único establecimiento carcelario del país que no tenía un muro externo, sino apenas un alambrado.

“Ello se debía a que el ambiente y la meteorología contribuían a convertir a la cárcel en un establecimiento casi inexpugnable e imposible de huir de él. A ello se sumaba el desconocimiento que la mayoría de los reos tenían de la geografía del lugar”, contó Santos a Télam.

En ese sentido, el experto definió al penal de Ushuaia como “una cárcel natural, donde las posibilidades de fuga eran prácticamente nulas”, señaló.

Acaso el intento de evasión más famoso de todos haya sido el de Simón Radowitzky, el anarquista ucraniano trasladado a Ushuaia tras haber dado muerte al jefe de la policía Ramón Falcón, lanzándole una bomba al carruaje que lo transportaba.

Un año antes de su fuga, Radowitzky envió un mensaje al diario anarquista La Protesta, donde escribió: “entre el 5 y el 15 de noviembre de 1918 me voy a fugar. Necesito que me saquen de Tierra del Fuego. Lo haré igual, aunque no haya nadie que me ayude”.

Carlos Zampatti, autor del libro “Siete mil días en la Siberia Argentina” que recrea el escape del dirigente de la Federación Obrera Regional Argentina (Fora) sostuvo que esa organización envió a Punta Arenas (Chile) a uno de sus miembros, Apolinario Barrera, con la misión de contratar al “célebre Pascualín”, apodado “el último pirata del Beagle”, para que con su barco transportara a Radowitzky por el canal hacia territorio chileno.

Según Santos, para fugarse del presidio “había que tener un apoyo externo y había una sola opción: ir a pie o en barco hasta Chile, porque entonces todavía no existía el camino de montaña (hoy Paso Garibaldi) hacia el norte de la provincia, que se descubrió en 1936”.

Radowitzky “armó un uniforme de guardiacárcel con retazos viejos que le daban para usar como trapos. Se fabricó una gorra, un pantalón y consiguió un saco viejo. El 8 de noviembre de 1918 aprovechó un descuido del jefe del taller donde trabajaba, saltó por una ventana y se escapó”, detalló Zampatti.

También mencionó que desde allí corrió hasta la costa y después “hacia el monte” para evitar los sitios más transitados de la ciudad.

Después se encontró con Barrera, quien probablemente lo esperaba desde hacía días, y juntos llegaron hasta donde se encontraba escondido el cúter de Pascualín, llamado “Sokolo”.

Tras dos días de viaje por el Beagle los interceptó el “Yañez”, un barco de la Armada chilena, por lo que Radowitzky le pidió a Pascualín que se acercara a la costa y luego se arrojó al agua.

“Alcanzó nadando la orilla y en los días posteriores trató de llegar por sus medios a Punta Arenas. Pero fue apresado en las afueras del pueblo, en una estancia, y devuelto a Ushuaia, donde años más tarde recibiría el indulto presidencial”, completó Zampatti.

El escritor también da cuenta de otras evasiones, algunas con ribetes insólitos como la de “el flaco de Mataderos”, de quien ni siquiera se sabe su nombre verdadero (para algunos era Manuel Nievas y para otros Roberto García) pero sí que lo condenaron por hurtos reiterados en la década del 40.

El martes 14 de noviembre de 1944, “el flaco” era uno de los siete reclusos asignados a la construcción de la iglesia “Nuestra Señora de la Merced” cuando tras pedir permiso para ir al baño se quitó la ropa de presidiario y escapó.

Entró a un almacén donde compró “un kilo de chorizos, medio de mortadela, un peso de galleta, un queso, un litro de vino blanco y otro de tinto” y pidió prestada una bolsa en donde guardó todo lo comprado.

“Con las provisiones en mano se encaramó al entretecho de la iglesia en construcción y allí estuvo escondido durante seis días sin que nadie advirtiera su presencia.  Lo buscaron por todo el pueblo. Los pobladores trancaban sus puertas y sus ventanas temiendo que el peligroso convicto se les metiera en sus casas. Hasta que el 20 de noviembre, con más sed que hambre, bajó a pedir agua y poco después se entregó mansamente a la policía”, recordó Zampatti.

Quizá la única fuga exitosa del Penal de Ushuaia haya sido la de un grupo de confinados políticos de origen radical, enviados al sur tras el golpe de Estado de José Félix Uriburu contra el gobierno de Hipólito Yrigoyen.

Como confinados, no estaban alojados dentro de la cárcel, sino en casas de la ciudad y debían reportarse a las autoridades policiales una vez al día.

Néstor Aparicio, un líder radical de Dolores, en la provincia de Buenos Aires, junto con Emir Mercader y Orestes Causanello decidieron poner fin al “encierro” el 15 de agosto de 1931 y huir a Chile.

En este caso fueron ayudados por algunos vecinos de Ushuaia y disponían de un poco de dinero.

“Mercader era médico y Aparicio abogado, por lo que el primero solía tratar a personas y el segundo facilitaba los trámites judiciales de algunos de los habitantes de la aldea. Con ello ganaron confianza y por eso recibieron ayuda en el momento de la fuga”, reveló Santos.

Los confinados caminaron hasta el Río Pipo y luego hasta el Lago Roca, para alcanzar caminando la frontera con Chile.

Una vez allí se encontraron con dos peones de la estancia Yendegaia que les facilitaron caballos y así continuaron hasta la bahía del mismo nombre con la única novedad de que Mercader se lastimó una mano por una rodada de su caballo.

“Los pasó a levantar una embarcación que los llevó a Punta Arenas junto con Santiago Peralta que se había fugado de Ushuaia a Navarino días antes que el grupo de Aparicio. Se menciona que quien los llevó fue el mismísimo Pascualín. Después algunos fueron a Santiago de Chile y otros a Montevideo, hasta     que pudieron regresar al país tras una amnistía”, indicó Zampatti.

Un caso más contemporáneo, aunque igual o más cinematográfico, fue el de Gumersindo León Medina, un misionero criado en la selva y con formación de infante de marina, que el 22 de enero de 1977, durante la dictadura militar, se fugó de la Alcaidía de Ushuaia situada en pleno centro de la ciudad, en el mismo sitio donde funciona actualmente.

Medina había solicitado su baja de la Armada dos años antes, y como recuerdo de ello tuvo la mala idea de quedarse con 15 proyectiles de fusil y 18 de pistola que fueron encontrados en su casa de Río Grande, por lo que fue detenido en junio de 1976 y posteriormente trasladado a Ushuaia.

Estuvo siete meses detenido recibiendo, según dice, “tratos inadecuados de la policía” que además le sustraía la correspondencia y le interfería el contacto con su esposa y sus tres hijos de corta edad.

Para su fuga se asoció con otro interno, de nombre Carlos Rivas, y comenzó a aprovechar sus salidas esporádicas para hacerse de elementos como linternas, mapas, velas, herramientas y una radio portátil, entre otros, que iba escondiendo prolijamente en la cárcel.

También se preparó físicamente entrenando en el gimnasio y escalando cuando lo mandaban a trabajar a la zona de Lapataia.

Zampatti publicó “La fuga según León”, un libro escrito en primera persona tras 17 horas de entrevistas al protagonista del escape, que duró 21 días en los que el evasor fue perseguido por cielo y tierra.

El día de la fuga, León cortó los barrotes de la ventana del baño luego de disimular su ausencia poniendo una almohada en su cama, y saltó a la calle desde los techos del edificio para encaminarse hacia la zona alta y boscosa de la ciudad.

El infante de marina eludió a sus perseguidores por la zona de Tierra Mayor, atravesó el Paso Garibaldi y logró llegar hasta Tolhuin, luego de perderse y volver a hallar un rumbo, y de pasar delante de las narices de quienes lo buscaban.

Ya muy hambriento consiguió cruzar a Chile, donde recibió ayuda de algunas personas pero en Estancia Vicuña, cuando se disponía a subir a un camión que transportaba lana para intentar llegar a Punta Arenas, fue sorprendido por carabineros que le dispararon en una pierna y se lo llevaron herido.

“Recién 36 horas después lo llevaron a un hospital y más tarde hasta la frontera de Monte Aymond, en Santa Cruz. En un vehículo policial llegó a Río Gallegos y desde allí hasta Ushuaia de nuevo, en avión. Por el tema de las municiones recibió una pena de 4 años y 6 meses de prisión que cumplió en Buenos Aires”, rememoró Zampatti.

También mencionó que “los 600 kilómetros que recorrió León en el deambular por su libertad, y los más de quince cerros escalados, no hicieron más que agrandar su figura ante nuestros ojos de aquellos tiempos”.

Medina retornó años después a Tierra del Fuego, terminó trabajando como encuadernador en la Casa de Gobierno hasta su jubilación y actualmente vive todavía en Ushuaia.

Su fuga no tuvo la rutilancia de otras más reconocidas y contadas, pero fue quizá la más extensa y llevó al extremo la capacidad de supervivencia en el Fin del Mundo, donde las paredes de las cárceles resultaban una nimiedad al lado de las casi siempre infranqueables barreras de la naturaleza austral.

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