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Dar la palabra » Cultura » 11 sep 2019

Los problemas estructurales del país

Sociedad y valores en Argentina (Por Daniel Spinato)

Si la república Argentina fuera un ser humano enfermo, pareciera ser que los médicos la están tratando por una gripe cuando en realidad el cuerpo tiene una septicemia. Es decir estamos gravemente enfermos y aquellos concientes de esta dura realidad no son escuchados o sus voces se pierden en el ensordecedor grito de las masas que circulan en sentido contrario.


La República Argentina es un país en franca y lamentable decadencia debido a que se encuentran corrompidos los pilares básicos que sostienen el andamiaje de una sociedad saludable. Las bases fundamentales que soportan la estructura de un pais se conforman con una serie de elementos sin los cuales dicha estructura se torna endeble y finalmente colapsa.

Pero, ¿cómo se construye la estructura de una nación fuerte, sana, confiable, segura, previsible? Solo con un fuerte entramado social en el que todas sus partes trabajen sinérgicamente en pos de objetivos comunes que tiendan al bienestar colectivo.

El grave problema de la nación argentina es que el tejido social está muy enfermo. ¿Toda la sociedad está enferma?, la respuesta es no, sin embargo puede decirse que hay una inmensa mayoría de los argentinos cuyas conductas habituales son de tendencia anómica, anárquica e inescrupulosa.

¿Qué pasa con aquellos apegados a la ley, adeptos a la democracia en la mejor de sus expresiones, subordinados al orden que regla el bien común? A mi entender esa porción de la sociedad que muestra lo mejor de la República Argentina, es muchas veces ignorada o tratada con iniquidad, sufriendo los avatares propios de una enfermedad autoinmune en la cual el sistema inmunitario, en lugar de defender a los órganos sanos del cuerpo, los ataca sin piedad.

¿Cuál es la razón de este triste estado de situación que como una enfermedad crónica se repite ciclo tras ciclo y cada vez con mayor virulencia?

Gran parte de las noticias cotidianas nos hablan sobre las cuestiones económicas y financieras, si sube el dólar o baja la bolsa o sube el riesgo país, sobre la inseguridad, o cómo los sindicalistas reclaman sobre los derechos que entienden les son avasallados, las organizaciones sociales porque el Estado no les da respuesta, etc. Quizás lo que no llegamos a ver es que esas discusiones nos envuelven con una pátina que no nos permite acceder no solo a la verdadera discusión sino a la magnitud increíble de lo que realmente está sucediendo en lo profundo de la sociedad.

Me han preguntado si creo que Argentina va a salir adelante, cambiando y dejando atrás estas condiciones de vida colmadas de infelicidad a la que estamos sometidos los ciudadanos, y mi respuesta es, de aquí a doscientos cincuenta o trescientos años, pues quienes tomarán decisiones en las décadas venideras son los niños y jóvenes que hoy han crecido en una sociedad con sus valores fundamentales tremendamente empobrecidos.

¿Por qué?, ¿es por que soy pesimista, porque no creo en un futuro promisorio, porque he perdido la esperanza?

Solamente me baso en una realidad funesta. Cuando tenía alrededor de 30 o 35 años pensaba que al convertirme en un adulto mayor, las cosas estarían mejor. Cuando tuve hijos, decía que finalmente mis hijos verían un país diferente, justo y prometedor. Ahora que soy abuelo digo que ni siquiera mis nietas van a vivir en un país digno de ser vivido. Y una de las aciagas consecuencias es que anida constantemente la idea de que puedan forjar un futuro distinto, normal, previsible, en otras tierras.

Por supuesto, la ausencia de modelos y patrones fijos, inamovibles que son los que forjan la conducta y personalidad en niños, adolescentes y jóvenes juega un rol fundamental. ¿Cómo le exigimos sacrificio, trabajo y compromiso a un joven que jamás ha visto a su padre levantarse al alba para ir a cumplir con su trabajo y volver a su hogar luego de una jornada laboral en la que verdaderamente se ganó el pan de cada día?

¿Cómo le inculcamos a un joven estudiante la virtud del estudio y crecimiento personal en base al mérito propio, cuando ve a su alrededor una miríada de personas que crecen económicamente solo por militar en un partido político, o en varios, sin aportar otra cosa mas que su propia humanidad, desprovista de valores basados en la autoridad que concede una meritoria capacitación?

¿Cómo le pedimos compromiso y dedicación a un empleado público cuando los funcionarios políticos del Estado con poder de decisión ingresan sin cumplir con los requisitos estipulados, y además, en muchos casos ni siquiera son aptos para la tarea encomendada? Así, las personas son menoscabadas y lastimada su integridad personal.

Si la república Argentina fuera un ser humano enfermo, pareciera ser que los médicos la están tratando por una gripe cuando en realidad el cuerpo tiene una septicemia. Es decir estamos gravemente enfermos y aquellos concientes de esta dura realidad no son escuchados o sus voces se pierden en el ensordecedor grito de las masas que circulan en sentido contrario, ni siquiera porque niegan la realidad, sino peor aún, porque no son capaces de analizar la misma en su verdadera dimensión.

La crisis de valores es tan honda que no nos damos cuenta del estado en el que nos encontramos. Veamos por ejemplo el trabajo, que tiene fuerzas morales intrínsecas. Ha perdido su auténtico valor, y aquellos que viven sin trabajar son parásitos que usurpan lo que otros producen.

La justicia que puede ser injusta pues está hecha por el hombre, ha de ser respetada por toda persona digna y quienes legislan así como aquellos que imparten justicia deben procurar su perfectibilidad para que sea virtuosa.

El mérito ha descendido escalones varios en la escala de la virtud y se ha perdido el concepto de que el mérito está en ser y no en parecer. La juventud, carente de ejemplos merecedores de respeto durante décadas, soslaya la vacuidad de rendir homenaje al rango ajeno pensando en los cargos y creyendo que quienes acceden a sitiales de poder son admirables y por tanto quieren emularlos, sin entender que ello es como venerar a un ídolo de barro.

El alimento por antonomasia de una sociedad es sin dudas la educación, y el estado tiene la obligación de generar las condiciones de acceso y proveer a todos por igual la posiblidad de obtener las aptitudes individuales necesarias para conformar una personalidad armoniosa, útil y productiva con el fin de enriquecer a la nación toda, cada uno en su mejor área de dominio.

El conocimiento es indispensable para el desarrollo del ser humano, pues una persona ignorante es dependiente y no tiene autonomía, lo que le impide actuar  por sí misma en base a sus creencias y posibilidades reales.

No importa finalmente quienes gobiernen si ninguno de ellos respeta los principios fundamentales que hacen al sostenimiento de una nación, sin egoísmos ni sectarismos partidarios, generando políticas de estado a largo plazo despojándose de todo interés personal, y eliminando políticas efectistas de corto plazo y mucho más corto beneficio.

Es por todo ello que en la República Argentina no se vislumbra un futuro próximo venturoso, pues no se atacan las causas reales de los males que la aquejan, no importa quien esté en el poder, mientras no se cambie el paradigma que guia a este país el destino no nos proveerá de días felices.

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