Es probable que uno de los temas de mayor actualidad y vigencia en nuestra ciudad sea el referido a los problemas diarios de circulación y estacionamiento. Pocas cosas hoy pueden contentar más a un ciudadano de Ushuaia que encontrar un estacionamiento próximo al lugar de destino en una hora concurrida.
Las historias ya son conocidas: hay quienes salen treinta o cuarenta minutos antes de su horario laboral para conseguir un lugar donde aparcar; otros, por su lado, se quedan durmiendo en el auto en el receso para no perder su sitio.
Pero estas situaciones que en la narración pueden resultar incluso cómicas, son un reflejo cada vez más exacto de lo que hoy se está constituyendo como el problema más severo de nuestra ciudad.
La definición del problema a través de la enumeración de factores observables es útil como una primera aproximación al tema.
Entonces podemos decir que la dispersión urbana y la consecuente baja densidad poblacional, sumados al crecimiento longitudinal de la ciudad, tienen por efecto el aumento de los tiempos de traslado, el encarecimiento del transporte público y del mantenimiento de la red vial.
En el panorama macro, la fluctuación de políticas económicas que afectaron de manera disímil en distintos contextos a nuestra provincia pueden hacerse visibles en el último tiempo distorsionando las decisiones de consumo. Es decir, haciendo que los habitantes destinen recursos a la compra de vehículos o bienes de lujo por ser “más convenientes” que volcarlos a la retroalimentación productiva. Y en cuanto a las decisiones locales, la última gran obra en materia de Infraestructura vial que permitió mejorar la fluidez del tráfico, fue la popularmente conocida como “Doble Maipú” que cuenta ya más de 10 años.
En este punto, el lector concluirá que determinar las soluciones para el descalabro automovilístico es quizás una empresa imposible.
A nivel mundial existen sobradas muestras de movilidad sustentable, limpia y segura. Las llamadas “Smart Cities” hoy se nutren de un abanico de propuestas que parten desde innovaciones tecnológicas basadas en IoT (Internet de las cosas) tales como sistemas de estacionamiento basados en sensores o sistemas de reserva de espacio basados en datos que bien podrían constituir una alternativa, hasta innovaciones sociales como el ya conocido “Car Sharing” o programa de viajes compartidos, que tiene por efecto altamente probado la reducción del tráfico y las emisiones, así como el aumento de la productividad y la mejora en las relaciones sociales de los que lo practican.
Otra tendencia observada en los modelos tipo “Smart City” son las que tienden a reducir o “sacar” automóviles de los cascos céntricos, donde por lo general, la infraestructura vial es más antigua y por ende, más difícil de ampliar.
Un capítulo aparte lo conforman la implementación de los medios alternativos de transporte como lo son los sistemas de transporte públicos (preferentemente los menos contaminantes como los tranvías eléctricos y subterráneos) y el uso de bicicletas, rollers y otros, para los cuales ha existido un crecimiento en la última década en países de todo el mundo.
Es en este punto, ya creemos tener alguna claridad para ahondar en el problema del “Homo Automobilis”.
Tenemos muchas razones para suponer que el advenimiento del automóvil privado ha supuesto una revolución en los modos de vida, desde el mero transporte a las relaciones sociales más complejas.
En el siglo XIX, la calle y en general el espacio público era territorio exclusivo del ahora llamado “peatón”. Por el contrario, hoy nuestra sociedad se ha vuelto extremadamente dependiente de este tipo de transporte, donde el peatón es prácticamente un excluido social. Es así, que caminar unas cuadras para llegar a nuestro destino supone un esfuerzo tal, que no es comparable con el que supone seguir dando vueltas hasta encontrar un estacionamiento más cercano. ¿Cómo ha sucedido esto?
En estos días tuve acceso a los resultados de una encuesta referente a tránsito en nuestra ciudad que resulta en algunos puntos, cuanto menos, esclarecedora.
Casi el 50% de los encuestados reveló lisa y llanamente que no consideraba importante la utilización de los medios alternativos de transporte. A su vez, poco más del 65% utiliza casi exclusivamente el auto para trasladarse.
Podemos interpretar que la ciudadanía no está dispuesta a cambiar el auto como medio de transporte. El auto nos ha condicionado la manera de vivir la ciudad al punto que no estamos dispuestos a estacionar a una distancia que nos lleve más de cinco minutos caminando hasta el lugar donde vamos.
Algunos de los argumentos esgrimidos para decirle no a iniciativas como la ciclovía son el clima o la topografía escarpada de la ciudad. Paradójicamente en distintos países con dificultades igualmente esgrimibles se han implementado este tipo de iniciativas con gran éxito, dejando atrás este tipo de problemáticas. Esta afirmación no me ubica como obstinado defensor de la ciclovía en la ciudad (no lo soy), sino como partidario de una visión heterodoxa, donde cada medida respectiva al transporte y al tránsito debe ampliar las anteojeras, ser observada con recelo, evaluada en perspectiva e integrada a un sistema total de movilidad.
Manejar en Ushuaia hoy no es precisamente cómodo. Por desgracia el transporte público no se ha constituido como una opción (todo lo contrario) y no hay una sola idea para alentar a los ciudadanos a que abandonen aunque sea por algunos momentos su estatus de Homo Automobilis.
Gases de efecto invernadero, riesgos asociados al sedentarismo y accidentes viales son asuntos que quedaran en el tintero, y que si pensamos en las ciudades como sistemas complejos son insoslayables para generar lo que efectivamente es una política pública.
Pensar globalmente para actuar localmente reza una vieja expresión. De lo contrario nos veremos obligados a estar peleando siempre con problemas del pasado.