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Dar la palabra » Medio Ambiente » 30 may 2018

El riesgo ambiental detrás de los proyectos

De granjas y salmones en el Beagle (Por Adrián Schiavini)

La acuicultura aparece como una tentación para incluirla en iniciativas de diversificación de la matriz productiva de una provincia. Actualmente coexisten dos proyectos de acuicultura, con diferente grado de desarrollo y que deben ser entendidos como dos cosas muy diferentes.


La acuicultura aparece como una tentación para incluirla en iniciativas de diversificación de la matriz productiva de una provincia.

Actualmente coexisten dos proyectos de acuicultura, con diferente grado de desarrollo y que deben ser entendidos como dos cosas muy diferentes.

El primero, y más reciente, pretende establecer la capacidad de carga del Canal Beagle para la cría de salmones a través de un acuerdo hecho con instituciones noruegas. En criollo, determinar cuántos emprendimientos de cría de salmones soportaría el Canal Beagle. Básicamente los salmones convierten la comida que se les tira desde arriba, en carne. Pero de la comida que se les tira, solo una cuarta parte se transforma en cosecha. El resto, se va a los fondos y a las aguas de alguna manera.

El segundo proyecto, de un par de años de antigüedad, se denomina Granja Multitrófica. Se diferencia del primero en que intenta cultivar truchas y además, intenta aprovechar el alimento que no comen las truchas para que a la sombra de las jaulas crezcan mejillones y algas que pueden ser utilizados. En consecuencia, la Granja Multitrófica aparece como una alternativa superadora al cultivo tradicional de salmones, porque aprovecharía el desperdicio.

Desde sus inicios en la década de 1980, la salmonicultura tradicional ha levantado muchas críticas en Chile. Uno de los principales problemas de la industria salmonera es la contaminación de las aguas y fondos por exceso de nutrientes y por químicos. De la comida entregada a los salmones, el 25% del nitrógeno y el 28% del fósforo vuelven como cosecha. El resto termina principalmente en el fondo o en las aguas. Esos nutrientes son “comida” para el sistema marino. Comienzan a trabajar bacterias y otros microorganismos que reciclan esos nutrientes para que vuelvan al ambiente y puedan ser aprovechados por los seres vivos del mar. Cuando esta “comida” es demasiada, el sistema no puede aprovecharla y se “indigesta”. En ese momento los fondos marinos no pueden procesar ese exceso y terminan afectados, generando condiciones de anaerobiosis por el consumo del oxígeno por parte de todos los que quieren comer lo que cae de arriba. Si bien ha habido avances en el tipo de comida entregada a los salmones para reducir el problema, el problema persiste. Para tener una idea del impacto, 100 toneladas de peces producidos entregan desechos de nitrógeno y fósforo al ambiente equivalentes a lo que producen 3000 personas.

Además, algo no menor en el Canal Beagle, la presencia de nutrientes jugaría un rol clave en el desarrollo de las mareas rojas. Si los alimentos favorecen la generación de marea roja, afectaríamos los cultivos de mejillones instalados.

Otro aspecto de la contaminación química se refiere a las pinturas antifouling utilizadas para las jaulas e infraestructuras. Esos compuestos terminan a la larga en el mar. En síntesis, la “huella ecológica” del cultivo de peces multiplica por 10.000 lo que se necesita para sostener una hectárea de cultivo.

Desde los inicios de la salmonicultura en Chile se han producido 18 irrupciones de enfermedades que afectaron la producción. El hacinamiento de los peces en las jaulas ayuda a que estas enfermedades se instalen. De esas enfermedades la más famosa es el virus ISA (Anemia Infecciosa del Salmón), que afectó seriamente a la salmonicultura en el 2007 en las granjas de la Región de los Lagos, llevando a la industria a un colapso virtual. Para contrarrestar este problema, se usan antibióticos y fungicidas (algunos prohibidos como la Verde Malaquita) que se incorporan en la comida y en consecuencia son liberados al medio. No sabemos cómo esas sustancias afectan a las bacterias, organismos esenciales para sostener a todos los ecosistemas. Tenemos que ser conscientes de que vivimos en este planeta gracias a las bacterias. Sin ellas no habría otras formas de vida sobre la tierra o en el mar.

Otro aspecto a tener en cuenta es la presencia de antibióticos en la carne de salmón. Si usted come carne de salmón con antibióticos, los ingiere, y también terminan en el medio a la larga o a la corta.

Si uno coloca jaulas con salmones en el mar, es como si usted paseara por la avenida San Martín y en cada cuadra pusiera unas estanterías con sandwiches, facturas, tortas, cervezas, etc. Para los lobos marinos, las jaulas de salmón representan comida gratis. Los lobos marinos rompen las redes de las jaulas al intentar obtener peces, y pueden enredarse y morir. Además, las roturas producen escapes de peces. En Chile, se han probado varias maneras de evitar el ataque de los lobos a las jaulas, pero en muchas ocasiones este conflicto se ha resuelto matando lobos. Varios miles de lobos marinos de un pelo han muerto directa e indirectamente por los centros de cultivos de salmónidos en Chile. Una vez escapados, estos peces compiten con las especies nativas y se alimentan de ellas, diseminando –además- enfermedades.

Desde el CADIC estuvimos involucrados activamente en el desarrollo del proyecto de la granja desde sus inicios. No es el caso con la iniciativa vinculada a los salmones. Tuvimos y tenemos debates internos acerca de si participar o no en la granja, pero en el fondo interpretamos que es mejor estar adentro que afuera. La granja representa un experimento para saber si rinde productos y evaluar su impacto en el ambiente, para luego determinar si se puede escalar, si hay que modificar su diseño, o si hay que olvidarse de ese tipo de cultivos.

Al mismo tiempo que se planifica el proyecto de la granja, aparece en el horizonte el proyecto de estimación de capacidad de carga de salmones en el Canal Beagle. Si las Granjas Multitróficas se proponen como una iniciativa superadora al cultivo de salmones, resulta muy contradictorio entonces iniciar un experimento para determinar el impacto de la granja, cuando en las vecindades se propone instalar cultivos de salmones que, como mínimo, contaminarían los resultados a obtener en la granja. ¿En qué medida las mediciones que hagamos de los nutrientes a la sombra de la granja estarán afectadas por los nutrientes que provengan de los cultivos de salmón? Es como si un bacteriólogo trabajara cultivando bacterias y escupiera en sus cajitas de Petri donde hace los cultivos…

Lector/a, usted se preguntará, a esta altura, cómo es que se desarrollan dos proyectos en paralelo, cuando uno (la granja) representa una mejora y pretende resolver parte de los problemas ambientales que genera el otro (salmonicultura). Bueno, yo también me lo pregunto. Parte de la explicación puede estar en que el proyecto de la granja está motorizado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Provincia, mientras que el de los salmones está motorizado por el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Provincia. Me pregunto si un diálogo más fluido evitaría estas contradicciones. Pero lo más grave es no mirar los ejemplos de los pasivos ambientales, sociales y económicos que dejó la salmonicultura en Chile, y pensar que el caso chileno es extrapolable a nuestras aguas.

La gente se obnubila con los niveles de producción de centenares de miles de toneladas de salmón en Chile, perdiendo de vista la extensión del paisaje sobre el que se realiza esta actividad.

Tome un mapa del sur de Argentina y de Chile y mire cuantos canales, caletas y fiordos tiene Chile. Su línea de costa desde Chiloé hasta el Cabo de Hornos suma miles de kilómetros. Nuestro Canal Beagle alcanza el orden de los 150 km de largo de costa. ¿Por qué traigo a colación esto? Porque una cosa es cometer errores y modificar maneras de cultivar peces cuando se dispone de miles de kilómetros para hacerlo, y otro es cuando se cometen errores en solo 150 km de Canal Beagle.

Las decisiones políticas no pueden perder de vista la evaluación de los riesgos de los pasivos ambientales que pueden generar esas decisiones. La manifestación de estos pasivos excede ampliamente a cualquier gestión, lo que obliga a una responsabilidad mayor por parte de quienes deben decidir acerca del uso del ambiente, un bien que es de todos. La integridad y la conservación de las funciones y servicios que nos brindan los ecosistemas es nuestra responsabilidad, no de quienes vienen detrás nuestro.

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