Cuando llegué a Ushuaia, en marzo de 1992, el primer debate público que me tocó contemplar fue sobre la instalación de semáforos en la ciudad.
Imaginen mi asombro, recién venido de Buenos Aires, criado en centros urbanos de millones de personas, acostumbrado a embotellamientos y a calles colapsadas por el transporte público, escuchando a un grupo de personas que, con total seriedad, se oponía o desacreditaba la necesidad de colocar semáforos en las principales esquinas del Fin del Mundo.
Unos años más tarde, ya más familiarizado con la realidad local, presencié un debate parecido con la construcción de la doble mano de la avenida Maipú, y también otro, igual o más llamativo, acerca de si debía o no asfaltarse la Ruta Nacional 3 desde Alem hasta su finalización dentro del Parque Nacional Tierra del Fuego.
Esta última polémica es interesante porque, a diferencia de las demás, terminó con el resultado de que la ruta efectivamente nunca fue asfaltada. Mientras los semáforos (gracias a Dios) fueron aceptados, y la doble mano (gracias al ex intendente Jorge Garramuño) se construyó igual, los fueguinos y los turistas siguen padeciendo el polvo, los pozos, la incomodidad y el subdesarrollo que supone llegar a unas de las reservas naturales más bellas del país.
Es cierto que no por debates ambientales, sino más bien por declaradas sospechas de corrupción, una extensa lista de novedosos, creativos y necesarios emprendimientos ha quedado a medio hacer durante la escasa historia provincial.
Basta citar, solo para que la decepción sea mayor, los casos de Hidrocarburos Fueguinos Sociedad Anónima (HIFUSA), el puerto de Río Grande, el llamado “convenio chino” y el cruce por aguas argentinas.
Desde el “Proyecto de vida” enarbolado por la primera gestión gubernamental del Movimiento Popular Fueguino, que el ex gobernador José Estabillo sintetizó en el latiguillo “aeropuerto, puerto, ruta”, que los habitantes de Tierra del Fuego parecemos sumergidos en una serie de fracasos cuando se trata de encarar proyectos de desarrollo a gran escala.
Por todo eso pienso que, como definición general, la ruta costera por el Canal Beagle se tiene que hacer, como se instalaron los semáforos, como se hizo la doble Maipú, como se construyó el aeropuerto nuevo, como se amplió (y se seguirá ampliando) el puerto de Ushuaia, como se asfaltó la ruta 3 entre Ushuaia y Río Grande y como debería asfaltarse hasta Lapataia.
El progreso, depende de estos emprendimientos. Los turistas que ya no caben verano a verano dentro del Parque Nacional, las navieras que reclaman nuevos circuitos turísticos, los vecinos que no conocen Almanza, y la gente que no tiene trabajo, necesitan de este proyecto.
Los sueños del fallecido senador José Martínez, que imaginó también una ruta 40 recorriendo la provincia por un lugar alternativo a la ruta 3 y llegando a Ushuaia por el Canal Beagle, también se reinventan con este proyecto.
Por supuesto que los fracasos juegan. Cuesta creer en los gobiernos después de que HIFUSA no destiló un litro de nafta, el puerto de Río Grande sirvió para enriquecer contratistas y los chinos solo llegaron a distribuir maletines con plata pero no pudieron ni siquiera trasladar maquinaria nueva para iniciar los cimientos de la planta de úrea.
Claro que hubo Prodefu, banco fundido, Fondo Residual, megapase, adelantos con cargo rendir, letras de tesorería y hoteles privados construidos con fondos públicos.
Nadie duda que debe exigirse seriedad, transparencia e información.
Desde luego que debe preservarse el paisaje, el patrimonio histórico, el patrimonio arqueológico y el valor cultural.
Pero saben que, hay que encarar este debate social con dos premisas claves: primero sin hipocresías. El que esté en contra de la construcción de la ruta por principio general, que no lo disfrace de pedidos de controles. Que lo fundamente y asuma esa posición.
Y segundo, con ánimo constructivo. Que la crítica (siempre necesaria) sirva para revertir errores concretos y que venga acompañada de propuestas superadoras.
De lo contrario seguiremos sumergidos en este barro de fracasos que desde hace años viene cubriendo todo lo que podría haber servido para empezar a desarrollarnos como provincia.
Exijamos que tengan tres luces que prendan. Una roja, una amarilla y una verde. Que no haya sobreprecios, que no los pongan arriba de un árbol, que funcionen sincronizados y que multen a los que vayan rápido.
Pero instalen los semáforos.
De una vez.