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Dar la palabra » Cultura » 10 mar 2018

Dedicarse a la literatura en el Fin del Mundo

Por qué no nos leen (Por Pablo Nardi)

No está mal construir una identidad, pero se corre el riesgo de creer que esa es la única forma de hacer arte. Si alguien lo duda, basta con echar una ojeada a los requisitos para obtener financiamiento estatal en un proyecto artístico: la obra debe propugnar valores fueguinos, debe hablar de algún aspecto local o del desarraigo, Tolstoi escribió: “pinta tu aldea y pintarás el mundo”. La frase, que podría entenderse como una exhortación a escribir sobre la lenga y el viento, puede leerse también como un llamado a la sinceridad.


Imaginemos este caso: L escribe mucho y vive en Ushuaia desde hace varios años. A pesar de que sus amigos y familiares le aseguran que es un buen escritor, nunca logró que una editorial aceptara un trabajo suyo. Las dos novelas y el poemario que publicó fueron autofinanciados o, con un poco de suerte, editados por algún régimen de promoción cultural del Estado provincial o municipal. Su verdadero sueño es insertarse en la liga de escritores argentinos.

Por una serie de circunstancias geográficas y económicas, la mayoría de editoriales independientes medianas y chicas no llegan a las librerías fueguinas. Por supuesto, es una barrera que si bien cada día se hace más angosta, sobre todo si consideramos que en Internet todo está disponible, todavía existe. Entonces L se pierde buena parte de lo que se publica hoy en Buenos Aires –que no son solo autores porteños, cada vez se publican más autores del “interior”-, lo que supone una desventaja y también, de algún modo, una ventaja.

L tiene prejuicios e ideas sobre la literatura, como todo el mundo, pero no son los dominantes. L no está influido por las modas, está exento de buena parte de los prejuicios que circulan en muchos talleres literarios rioplatenses.

Probablemente L no sepa que en Buenos Aires todos están leyendo a Richard Yates o que volvió el auge de la ciencia ficción, por ejemplo, y eso es una ventaja porque tiene más posibilidades de buscar el camino por sí mismo, de leer autores o géneros que no están de moda y explorar caminos poco transitados.

Sin embargo, L corre un riesgo del que merece ser consciente: pertenecer a la mítica Tierra del Fuego, ese lugar tan lejano con sus particularidades climáticas y sociológicas, puede producir en el autor la tentación de ajustarse a las expectativas que los grandes centros tienen de él.

Una vez leí un cuento en el que un ciudadano mexicano, recién llegado a Estados Unidos, tiene la posibilidad de conseguir trabajo en una empresa. Para caerle bien al jefe y obtener el puesto, organiza en su casa una cena de a cuatro: el potencial empleado, el potencial jefe y las esposas de cada uno. El mexicano, temeroso, contrata el asesoramiento de un compatriota experto que comprende a la perfección los estereotipos de su país. La cena debe consistir en un típico plato mexicano seguido de unos shots de tequila, el anfitrión debe demostrar que tiene un paladar resistente al picante, etc. El mexicano sigue las instrucciones al pie de la letra y obtiene el puesto al que aspiraba. 

En términos prácticos, esto se ve en los temas de muchos poetas y narradores: odas a la lenga, cantos al viento, a las montañas. No niego que tal vez el viento pueda conmover, pero, vamos, la mayoría de veces nos irrita. ¿Por qué no escribir un poema sobre lo molesto que resulta el viento un día que se quiere caminar con la pareja por la bahía?

Este problema trae aparejado otro, aparentemente paradójico: la expectativa que se tiene de los escritores “de provincia” no suele ser alentadora. Salvo excepciones, como el gran Antonio Di Benedetto en Mendoza o Juan José Saer en Santa Fe, o el boom de escritores cordobeses de los últimos diez años, en el Río de la Plata se mira con desconfianza la llamada literatura de provincia: se cree que hay exceso de regionalismo, ignorancia, desierto cultural, etc.

Sé de primera mano que esas ideas son erradas, que hay grandes escritores y escritoras en Tierra del Fuego (y en cualquier otra provincia) que escapan por completo a lo que se espera de un autor fueguino y a quienes incluso no les importa en absoluto lo que alguien piense de ellos, pero también hay casos en los que el artista se diluye en un esfuerzo sobrehumano por agradar.

Tales expectativas no se cumplen en una primera instancia, sino en una segunda. Dicho de otro modo: cierto tipo de escritor fueguino escribe como escribe porque quiere “presentarse al mundo” con el rótulo de escritor fueguino; ergo, se adapta a su propio estereotipo y con ello lo refuerza.

Tal vez la respuesta sea dejar de intentar acercarnos al resto del país mediante el exotismo, lo cual equivale a dejar de intentar ser fueguinos y, simplemente, escribir de lo que se tenga ganas.

Es difícil, sobre todo porque esas expectativas están también en la propia provincia. En el noble afán de construir una identidad colectiva, se les pide a los chicos aspirantes a artistas que dibujen motivos regionales, que escriban historias de pueblos originarios o que fotografíen paisajes.

No está mal construir una identidad, pero se corre el riesgo de creer que esa es la única forma de hacer arte. Si alguien lo duda, basta con echar una ojeada a los requisitos para obtener financiamiento estatal en un proyecto artístico: la obra debe propugnar valores fueguinos, debe hablar de algún aspecto local, del desarraigo, etc.

Tolstoi escribió: “pinta tu aldea y pintarás el mundo”. La frase, que podría entenderse como una exhortación a escribir sobre la lenga y el viento, puede leerse también como un llamado a la sinceridad: ¿qué cosas conmueven y movilizan realmente a alguien de Tierra del Fuego en su día a día?

Algunas pistas: el amor, la muerte, el paso del tiempo. Las mismas que a un chaqueño, a un tucumano o a un ruso.

Ahora bien, esos cuentos, esas novelas, tratados con toda la sinceridad posible, van a tener características fueguinas aunque no lo busquemos, del mismo modo que un argentino no delata su condición de argentino en un canto al asado, sino que se filtra involuntariamente en aspectos más profundos (por ejemplo, en la búsqueda de un salvador que nos entregue de una buena vez aquella grandeza a la que estamos destinados y siempre nos fueron vedadas; es lo que le pedimos a Maradona, a Messi, a Cristina Kirchner, al papa Francisco, nombres más, nombres menos).

En nuestro caso todavía es una provincia muy joven para saber dónde se filtra la fueguinidad, pero no es algo que deba quitarnos el sueño; alcanza con salir del lugar de “escritor/músico/artista regional” para intentar ocupar el de, simplemente, artista. Si uno de verdad se abre a la experiencia va a encontrar historias, conflictos y belleza a su alrededor sin necesidad de caer en la afectación. Es probable que así nos lean un poco más, tanto en otras provincias como en la nuestra. Y si no, por lo menos habremos escrito con sinceridad, que es lo mejor que le puede pasar a un escritor.

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