viernes 19 de abril de 2024 - Edición Nº2340
Dar la palabra » Sociedad » 3 mar 2018

El arte de repetir los ciclos

El día fueguino de la marmota  (Por Gabriel Ramonet)

El día que alguien se tome el trabajo de comparar los diarios de los últimos diez o veinte años, en una época determinada del calendario, no sólo se va encontrar con los mismos temas (lo que ya es preocupante de por sí) sino que va a ubicar a personas que cumplen un rol determinado (ministros, gremialistas, legisladores) diciendo exactamente lo mismo cada vez. Es como ocurre en la película “El día de la marmota”, donde un reportero del tiempo se levanta y se da cuenta que todos los días son el mismo. Que cada jornada será irremediablemente la anterior.


Las tonadas al hablar, los modismos regionales para definir un objeto, los ritos usados para la conmemoración o la fiesta, pero también la forma de discutir y resolver asuntos públicos.

Para identificar un rasgo distintivo parece indispensable observar a una sociedad desde fuera de ella, casi como un espectador ajeno a la obra que tiene lugar en el escenario.

Por el contrario, desde adentro del desfile es muy difícil sacar conclusiones, entender el sentido de las cosas. Uno más bien camina y se deja llevar.

¿Qué pensaría un observador externo a la sociedad fueguina, sobre nuestra forma de vida y nuestros comportamientos conjuntos?

¿Qué evaluaría sobre el contraste notorio entre el silencio aplastante que inspira el paisaje, y ese ruido de disputas perpetuas que caracteriza nuestro devenir diario?

¿Cómo entendería a este pueblo vestido de ciudad cuyos miembros tuvieron el coraje de arrancarse del mundo más habitado, para venir a enfrascarse en un inconformismo peor, mucho peor, que el que arrastraban cuando llegaron a la isla?

Aunque crecer y progresar sea innato de cualquier ser humano, viva donde viva, ¿no debería moderar nuestra furia el hecho de poseer mucho más de lo que alguna vez soñamos?

¿Qué diría nuestro hipotético observador, sobre una sociedad que aún teniendo realización económica, es incapaz de morigerar sus mecanismos de confrontación, y que se comporta igual (o tal vez peor) que un hambriento en busca de su porción vital de comida?

Si es cierto aquello de que la calidad de un grupo es susceptible de ser medida en función de la calidad de sus conversaciones, nos preguntamos cómo observaría un extraño el acontecer de nuestros debates públicos.

Por un lado, esa compulsión por repetir las mismas discusiones una y otra vez, año tras año, sin acordarnos y sin haber aprendido nada de la experiencia anterior.

El día que alguien se tome el trabajo de comparar los diarios de los últimos diez o veinte años, en una época determinada del calendario, no sólo se va encontrar con los mismos temas (lo que ya es preocupante de por sí) sino que va a ubicar a personas que cumplen un rol determinado (ministros, gremialistas, legisladores) diciendo exactamente lo mismo cada vez.

Es como ocurre en la película “El día de la marmota”, donde un reportero del tiempo se levanta y se da cuenta que todos los días son el mismo. Que cada jornada será irremediablemente la anterior.

Con un agravante. En la película, el protagonista termina optando por aprender a vivir ese día cada vez mejor, evitando cometer los mismos errores y aprovechando mejor las oportunidades.

En nuestro día de la marmota fueguino pareciera que somos incapaces, al menos, de tomar conciencia de esa repetición y de usarla en nuestro favor.

Repetimos debates y títulos sin darnos cuenta, como si de verdad creyéramos que es otro día distinto, y que las cosas pudieran terminar de otra manera cuando nos vamos a dormir.

Pero no solo la repetición sorprendería, según nos parece, a este visitante ilusorio que imaginamos para intentar encuadrar algún signo particular de la sociedad en que vivimos.

Es probable que también le llame la atención la calidad de nuestras conversaciones, y con ello el escueto y monocorde contenido de nuestra agenda pública.

Es decir que no solo repetimos debates sin tomar nota de los anteriores sobre la misma cuestión, sino que no hemos podido generar discusiones de una mayor relevancia histórica, política, cultural.

¿Cómo vamos a pretender ser una sociedad mejor si nunca hablamos de ello, si casi nadie se pregunta qué significaría ser una sociedad mejor, qué deberíamos cambiar o profundizar, qué líneas de acción deberíamos adoptar en el futuro?

¿Cómo vamos a ser una provincia desarrollada si no discutimos alternativas para lograr ese desarrollo?

Para no caer en simples construcciones teóricas: ¿de dónde va a sacar agua potable Ushuaia cuando el Glaciar Martial desaparezca dentro de 20 o 30 años?, ¿cómo va a crecer una ciudad que genera energía eléctrica consumiendo el 40 % del gas que necesitan nuevas urbanizaciones e industrias?, ¿cómo se armoniza el actual auge industrial con una urbanización que respete el medio ambiente y no dañe la actividad turística?, ¿hacia dónde debe crecer la ciudad cuando la presión demográfica se torne insostenible si es que eso ya no ocurrió?, ¿cómo hacemos para tener un Estado que no se consuma el 90 % de sus ingresos en salarios?, ¿cómo se construyen instituciones con mayores niveles de transparencia y menos escándalos de corrupción?

Alguien que ahora lee, y mucho más los que jamás leerán este artículo, ¿se habrá preguntado o habrá visto o escuchado que estas cuestiones formen parte de la agenda pública de la ciudad o de la provincia?

¿No será, entonces, que nuestro principal problema consiste en que somos incapaces de discutir nuestros principales problemas?

¿No será que repetimos cada año el mismo año, y que esa es la verdadera causa de nuestros males, y no la tarifaria o el conflicto docente?

¿No será que esta nota ya fue escrita antes, ayer, solo que no nos acordamos haberla leído?

O lo que es peor ¿no será que no nos importa?

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