jueves 18 de abril de 2024 - Edición Nº2339
Dar la palabra » Sociedad » 22 nov 2017

Desarraigo en Tierra del Fuego

La fantasía de volver al norte (por Gabriel Ramonet)

Si alguien se dedicara a establecer un ranking de expectativas personales entre los fueguinos, no parece ilógico pronosticar que se impondría por lejos la idea de regresar al lugar de origen.


Si alguien se dedicara a establecer un ranking de expectativas personales entre los fueguinos, no parece ilógico pronosticar que se impondría por lejos la idea de regresar al lugar de origen. 

Impresiona observar cómo familias enteras planifican estrategias, concentran sus energías laborales, y se autoimponen como una meta sagrada, la fantasía de volver a sus provincias o ciudades de nacimiento.
Por lo general no se trata de un proyecto auspicioso, de un sueño por el que se trabaja cada día un poco, sabiendo que mientras tanto existen otras causas maravillosas por las que también vale la pena luchar.
De ningún modo. El sueño del regreso es tan recurrente como doloroso. La gente sufre por alcanzarlo, se desespera, quiere acelerar los tiempos, correr, ganar más dinero rápidamente para comprar un auto, para poder venderlo, para comprar una casa, para poder venderla, y poder volver. La mayoría quiere volver, y mientras tanto sufre.
No es difícil pensar que el sueño del regreso idealiza cada día el lugar y las personas que no están, al mismo ritmo que acrecienta los defectos del sitio donde nos encontramos.
Los que quieren marcharse y están demorados suelen aprovechar su tiempo libre hablando de la perfecta plaza de su pueblo, el adorable carácter de su tío y las enormes ventajas para la salud que supone un clima templado.
Como contrapartida, la ciudad les parece aburrida, sobre todo los fines de semana. Sus habitantes son lo suficientemente indeseables como para cosechar amigos y el frío, junto con la nieve, se parecen a una maldición inconclusa. No es que maldigan el clima fueguino una vez y para siempre, sino que lo hacen cada vez que la temperatura es menos de cero grados y cada vez que caen dos copos de nieve.
Es como si ante la imposibilidad de regresar a sus lugares de origen, abrigaran la esperanza de que el sitio donde se encuentran cambie de acuerdo a sus propias expectativas. Creen que alguna vez hará calor en invierno y entonces, cada vez que nieva es como si se derrumbase la idea de que el lugar se adapte a uno, en vez de uno al lugar.
Una pregunta interesante es a dónde queremos regresar los fueguinos.
La idea no es novedosa. El filósofo griego Heráclito de Éfeso la enunció quinientos años antes de Cristo. Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, porque como el mundo fluye y todo se encuentra en constante dinámica, al segundo baño, el río no será el mismo, y uno tampoco será el mismo.
La mala noticia para los fueguinos es que aquel lugar que dejamos ya no existe. El pueblo, nuestros amigos, nadie está de la manera que los conocimos. Y, lo que es peor, nosotros no somos los mismos.
La enorme distancia que existe con todo lo que llamamos el Norte, y las escasas posibilidades que regularmente tenemos de regresar a nuestro lugar natal, produce una especie de subdivisión del tiempo. Es como si viviéramos aquí en Ushuaia un tiempo real, concreto, pero detuviéramos el tiempo en el lugar de donde vinimos. Aquí vamos cumpliendo años, pero allá creemos que siempre está todo igual. Quizás por eso, cuando alguna vez volvemos, nos asalta la sensación de un viaje en el tiempo. Nos encontramos caminando las mismas calles que hace diez, quince o veinte años, o visitando la escuela primaria o yendo al club, con la diferencia de que en lugar de Pocho el diariero, Juancito el almacenero o Doña Mabel la vecina de enfrente, aparecen unos seres extraños que jamás hemos visto y ni siquiera nos saludan.
Desde luego, no está mal volver, incluso para darse una vuelta por el barrio de la melancolía. Se viven experiencias grandiosas descubriendo sentada en la vereda, tomando mate, a la maestra de cuarto grado ya jubilada, que quizá sí se acuerde de nosotros.
El problema se produce cuando la fantasía del regreso incluye un esfuerzo extraordinario y doloroso para volver a un lugar que ya no está.
Mientras tanto, parafraseando al escritor Marco Denevi, los fueguinos seguimos viviendo con mentalidad de huésped de hotel. El hotel es la provincia, y el fueguino es un pasajero que no se mete con los otros. Si los administradores administran mal, si roban y hacen asientos falsos en los libros de contabilidad, es asunto del dueño del hotel, no de los pasajeros a quienes en otro sitio los espera la futura casa propia, todavía en construcción.
Tal vez algún día los fueguinos nos convenzamos de que este hotel de tránsito es nuestro único hogar y que no hay ninguna provincia –visible o invisible- esperándonos en ninguna otra parte.

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