martes 23 de abril de 2024 - Edición Nº2344
Dar la palabra » Cultura » 16 abr 2020

La pandemia de coronavirus

La suma de todos los miedos (Por Norman Munch)

Hasta que un día los que comenzamos a vivir la vida en los 80, los que habíamos vencido con orgullo a la suma de todos los miedos, caímos en la cuenta de que a la vuelta de la esquina tenemos un asesino silencioso llamado coronavirus.


Para nosotros, los que empezamos a vivir la vida en los 80, la suma de todos los miedos era que Reagan o Brezhnev apretaran el botón en Washington o Moscú, y que se hiciera realidad esa imagen que tantas veces veíamos por televisión de bombas atómicas explotando por todo el globo, hongos creciendo hasta el cielo e infernales ondas expansivas acercándose a miles de kilómetros por hora hasta carbonizarnos en segundos. Adiós a los sueños, al futuro.

Teníamos 13, 14, 15 años, y al miedo lo enfrentábamos con romanticismo, con un valor que era producto del amor, de la juventud, de las ganas de vivir. Un valor más hormonal que por instinto de supervivencia.

Al miedo le hicimos frente con aquélla maravillosa música que salía por los auriculares de los walkman o por los doble cassettera, con películas inolvidables en VHS, con rebeldía, con militancia estudiantil, con tu guardapolvo bien corto como minifalda y tus medias caídas, con mi corbata floja y la camisa afuera del jean, con nuestras caminatas de la mano gastando las Topper de lona.

En el medio aparecieron los primeros muertos vivos, Jason y Freddy liquidaban adolescentes como nosotros a diestra y siniestra, y nos fascinamos con Terminator.

Pero llegó un momento en que ya nada de eso nos daba miedo.

Ni siquiera nos dio miedo Chernobyl y la amenaza de una lluvia radiactiva que nunca llegó, porque aparte unos meses antes el Diego nos hizo campeones en México y éramos invencibles.

Los medios nos acercaban al mundo, pero la URSS y USA seguían estando lejos y en el fondo no creíamos que alguien decidiera apretar el maldito botón. Incluso Reagan y Gorbachov firmaron un acuerdo de control de misiles, aunque eso no garantizara nada.

Así fuimos sumando años. Viajamos a Bariloche, cayó el Muro de Berlín, vimos la Guerra del Golfo en vivo y en directo por la CNN, algunos sueños se hicieron realidad, muchos más fueron solo eso, sueños, y en un mundo cada vez más globalizado desfilaron ante nuestros ojos más guerras y otras tragedias de todo tipo y a todo color: calentamiento global, terremotos, genocidios, hutus y tutsis, Balcanes, Intifada, trasbordadores espaciales desintegrándose en primer plano, Ébola, tsunamis, Fukuoka y la amenaza nuclear de la que ya no nos acordábamos, Sadam Husein, Afganistán y los rusos, las Torres Gemelas, Bin Laden, Afganistán y los yanquis, la muerte de Bin Laden. Todo allá, tan lejos y tan cerca gracias a los mass media (qué antigüedad) y luego a las redes.

Hasta que un día los que comenzamos a vivir la vida en los 80, los que habíamos vencido con orgullo a la suma de todos los miedos, caímos en la cuenta de que a la vuelta de la esquina tenemos un asesino silencioso llamado coronavirus, hermano o primo de otras pestes funestas que hasta no hace mucho nos pasaron por al lado y ni repararon en nosotros.

Entonces se corporizan otros miedos que nos agarran sin los walkman, con los cassettes en la basura, con las Topper vaya a saber dónde y que además no nos servirían de mucho porque casi que no podemos salir ni a caminar. Con un Messi que no le llega ni a la tierra de las uñas al Diego. Con la rebeldía de los 50 que no es la misma que la de los 13, 14, 15 ó 20 años.

El miedo por lo que nos puede llegar a pasar, por nuestros hijos, por los que queremos, por cómo va a ser el mundo después de esto. El miedo a que el fin de todo esté a la vuelta de la esquina y que en cualquier momento se nos cruce algún zombie sediento de sangre, porque al fin de cuentas eso es lo que nos dicen todas esas teorías de complots que circulan e infectan, vaya paradoja, tanto “iutub” y tanto “feis”.

Y entre tanto miedo, tanta confusión y tanto odio la única certeza es que nos tenemos, que seguimos bailando en la oscuridad como en aquéllos 80, y que nos vamos a seguir teniendo hasta el último día.

Hasta que nuestras fotos se borren y hasta que seamos un lejano recuerdo para alguien.

Si es que alguien queda para seguir recordándonos.

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