Vivimos en una ciudad cuya tasa de crecimiento poblacional ha sido una de las mayores del país en las últimas décadas. La radicación industrial a fines de los años 70 y el impactante crecimiento del turismo conformaron factores que no han sido abordados por los organismos de planificación urbana con la eficiencia que la situación imponía.
En el primer caso, se produce un crecimiento urbano que desborda los límites de la ciudad en esos años y que protagonizan en forma espontánea los mismos nuevos vecinos que se establecen, siendo el Estado (provincial y municipal) el que llega con respuestas tardías y con soluciones paliativas, con las famosas “regularizaciones”.
En el segundo caso se evidencia desde los años 90 una desmesurada demanda de terrenos cercanos al puerto, tomado éste como punto neurálgico de los inversores para pensar en sus desarrollos inmobiliarios.
La Municipalidad, en vez de planificar zonas semicéntricas o más alejadas para fomentar allí las edificaciones en alturas mayores a 3 pisos, hizo lo contrario, indujo al aumento de los indicadores urbanísticos permitiendo alturas máximas de 21 metros (7 pisos) sobre la avenida Maipú, por ejemplo, y cubriendo el total de la superficie de los terrenos, eliminando así los fondos de manzanas.
Esto provocó una estampida en los valores inmobiliarios en la zona céntrica especialmente, y es allí donde, paradójicamente, se encuentra nuestro patrimonio arquitectónico fundacional y pionero: esas simples construcciones de madera y chapa cuya estética en conjunción con el bellísimo paisaje local configuró una fuerte identidad a la ciudad.
Recordemos que en cualquier ciudad del mundo, los cascos históricos son conservados, o al menos las fachadas de edificios antiguos, calles, plazas o lugares simbólicos.
Las mismas alturas son uniformes. Sobran casos así. No hay más que viajar o ver imágenes por internet. Hemos perdido varias casas antiguas, reemplazadas por edificios sin un estilo acorde a la estética y morfología del patrimonio regional. Esta arquitectura fueguino-magallánica, como me agrada denominarla.
Hablamos de una “arquitectura de carpinteros” que confirió carácter e identidad a la ciudad austral, hoy en peligro por altos edificios que “no son de aquí ni son de allá…” como dice la canción.
Me remito al edificio alto como factor de destrucción del patrimonio ambiental y paisajístico, para no hablar del impacto desfavorable en el aumento poblacional y vehicular del centro que trae aparejada su presencia, en desmedro de la calidad de vida general.
El progreso no debe tomarse como enemigo del patrimonio. Debe aspirarse, simplemente, a un equilibrio.
(*) Arquitecto