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Dar la palabra » Cultura » 3 may 2018

Entre el éxito y el fracaso

¿Por qué fluctuamos los fueguinos? (Por Gabriel Ramonet)

Vivimos inmersos en una atmósfera cortoplacista que nos impide representarnos socialmente, los resultados futuros de nuestras acciones inmediatas. Para la mayoría de nosotros, no existe una relación causa-efecto, por ejemplo, entre la incorporación de 5 mil nuevos empleados públicos y los problemas económicos, o entre un aumento de sueldos generalizado y una crisis económica.


En 2004, un camión cargado con treinta mil juguetes recorrió las calles de Río Grande, Tolhuin y Ushuaia en el marco de la llamada “Caravana de Papá Noel”. El vehículo llevaba sobre su carrocería, además de pelotas de fútbol y muñecos, a funcionarios del Gobierno provincial disfrazados con trajes rojos y barba blanca. El camión seguía un recorrido. Llegaba a un barrio, paraba, y desde arriba comenzaban a arrojar regalos. Miles de chicos y adultos se agolpaban alrededor para recibir los obsequios. Los padres no preguntaban de dónde salía el dinero para el operativo. Por el contrario, en muchos casos tomaban sus propios autos, se adelantaban al derrotero del camión, y volvían a recibir juguetes en otros lugares de la ciudad.

Ese mismo año, el destituido gobernador Jorge Colazo encendía las luces del árbol de Navidad “más alto de Sudamérica”. Fue en una fiesta popular con choripanes gratis en la que se sorteó un auto cero kilómetro. Cuentan que el ex mandatario se entusiasmó al ver tanta gente junta y mandó de inmediato a un colaborador a comprar otro vehículo para sortear entre los presentes. Desde luego, nadie interrogó sobre los fondos públicos a los que se echaba mano para solventar estos eventos.

En 2004, el Gobierno le pagaba un plus vacacional a los empleados públicos equivalente a otro medio aguinaldo, y les regalaba a cada uno una canasta navideña con bebidas y comida que había que pasar a retirar por un negocio mayorista. Y la gente hacía cola para retirar su obsequio oficial.

Menos de un año después, la economía provincial estaba en rojo, con déficit acumulado, proveedores que no cobraban, obras públicas abandonadas y colegios sin mantenimiento.

No fue la primera vez, ni la última, en que los fueguinos pasamos de la euforia económica, los gastos desorbitados, el lujo y la corrupción, al diagnóstico de crisis y necesidad de ajuste.

Con la gestión del Movimiento Popular Fueguino partimos de la provincia recién creada y con deuda cero, el boom de la obra pública y los bonos de la deuda con Nación, y llegamos a la ley 278 de ajuste salarial, la corrupción con títulos públicos, el Puerto de Río Grande, el escándalo de la empresa Hifusa (Hidrocarburos Fueguinos SA) y finalmente la Casa de Gobierno cerrada por la imposibilidad de pagar el teléfono o el gas.

Durante el gobierno de Carlos Manfredotti, la crisis del país nos postergó el veranito económico. Aquí sólo hubo ajuste, ley 460, jubilación anticipada, deuda de 4000 dólares por fueguino y básicamente, corrupción. Pasamos de la concertación social en la Escuela 3 al autoritarismo más absoluto, al poder concentrado, la familia en el poder, los negocios a gran y pequeña escala. Hasta que finalmente se fueron, pero robándose, como dijo Colazo, “hasta las cortinas de Casa de Gobierno”.

En estos años de provincia, los fueguinos fluctuamos casi constantemente de la idea de potencia nacional, a la sensación de derrota consumada, crisis terminal e inviabilidad económica.

Vivimos inmersos en una atmósfera cortoplacista que nos impide representarnos socialmente, los resultados futuros de nuestras acciones inmediatas.

Para la mayoría de nosotros, no existe una relación causa-efecto, por ejemplo, entre la incorporación de 5 mil nuevos empleados públicos y los problemas económicos, o entre un aumento de sueldos generalizado y una crisis económica.

Tendemos, en cambio, a adjudicar el ciento por ciento de las responsabilidades por nuestros males a la ineficiencia de la clase política, y a la corrupción montada por esos mismos dirigentes. Es obvio que ambos argumentos son ciertos. Quién duda que, como ha dicho el filósofo Eduardo Duhalde, “tenemos una dirigencia de mierda”.

La reflexión que vale la pena proponer, es si además de la corrupción dirigencial, los fueguinos no debiéramos hacernos cargo de cierto desequilibrio o inmadurez social, que nos lleva a mirar siempre el hoy y nunca el mañana, que nos condiciona la posibilidad de planificar políticas de Estado, y que nos lleva a inclinarnos casi siempre por los beneficios personales sobre los intereses colectivos.

Hemos pasado demasiadas fluctuaciones, euforias descontroladas seguidas de angustiantes decepciones, como para empezar a pensar si parte de la culpa está adentro, y no afuera de nosotros.

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