Isabel Soto nació en Punta Arenas en 1950. Era hija unica. Vivió siempre en esa ciudad salvo el tiempo que le llevó estudiar como licenciada en obstetricia, en Santiago de Chile. Un día, a principios de la década de 1970, luego de su trabajo en el hospital de Punta Arenas, llegó a la casa de su madre con quien vivía. Allí la estaba esperando un desconocido. Se trataba de un argentino que se identificaba como periodista y decía llamarse Osvaldo Bayer. Le contó una historia de su padre que no podía ser cierta. Isabel Soto le mostró su enojo. A pesar de ello quedaron en verse al día siguiente. Bayer, impactado por su personalidad, escribió en su libro de notas «la hija del Gallego Soto es tan brava como su padre, no sé cómo me irá mañana».
Al día siguiente Bayer volvió y tuvieron una larga charla. Antonio Soto, padre de Isabel y esposo de su madre, Dorotea Cárdenas, había muerto en Punta Arenas hacía siete años. Osvaldo Bayer les contó que fue el líder de las revueltas patagónicas, medio siglo atrás. Ambas mujeres no podían creer lo que escuchaban. Nada sabían sobre lo que el periodista les estaba contando. Sin embargo, las fechas de los documentos que les mostraba coincidían con algunos datos de su padre y una foto tomada de los archivos policiales fue contundente: se trataba de él, claro que con muchos años menos de lo que la memoria reciente de ambas mujeres recordaba.
Fue un impacto tremendo. Nunca su padre les había contado sobre la masacre de los campesinos en Santa Cruz y mucho menos de su liderazgo. Se llevó su secreto a la tumba. Sí le había hablado sobre los enfrentamientos que hubo en Punta Arenas, antes de las rebeliones en Argentina, en los que Antonio Soto no tuvo ninguna participación.
Isabel Soto demoró muchos meses en aceptar que su padre había tenido otra vida. No solamente del otro lado de la frontera, en lo que los argentinos llamaban Territorio de Santa Cruz, sino además, en su Chile natal.
Pero vayamos por partes: el 8 diciembre de 1921 el capitán Viñas Ibarra fusiló, como hemos contado, en la estancia La Anita a no menos de 200 huelguistas por orden del teniente coronel Benigno Varela. El Gallego Soto junto con 12 hombres desoyó lo decidido por la asamblea de peones que había establecido entregarse a las fuerzas federales porque ellos no querían pelear con el ejército sino que les garantizaran condiciones favorables para trabajar. Mientras montaba su caballo, Soto decía sus palabras finales en territorio argentino: «si es para pelear me quedo, pero si no, no; porque los van a fusilar a todos, no le crean a Varela».
Antonio Soto cruzó la frontera perseguido por militares argentinos primero y luego por los carabineros chilenos. Gracias al amparo de sus compañeros chilenos pudo refugiarse por un tiempo en Puerto Natales hasta que logró embarcarse en una goleta con destino a Punta Arenas. Allí fue refugiado por los anarquistas de la Federación Obrera Magallánica.
Tiempo después escapó también de Punta Arenas ante el peligro de que fuese denunciado. No se sentía seguro. Viajó de polizonte en un barco hasta Valparaíso en primera instancia, e Iquique, bien al norte de Chile, después. Allí trabajó como obrero en las salitreras (depósitos de guano de aves marinas que se utilizaba como fertilizante). Las duras condiciones laborales y climáticas afectó su salud, tuvo problemas respiratorios y tiempo después regresó a Valparaíso. En esa ciudad estuvo varios años. Se casó con Amanda Souper, con quien tuvo 6 hijos: Alba, Antonio, Mario, Aurora, Amanda y Enzo.
Por su activa militancia era habitualmente asediado por los carabineros. Su hija Isabel dice que por esa razón debían cambiar asiduamente de domicilio. Luego de 10 años, en 1932, quizás como producto de ese hostigamiento, decidió volver al sur y abandonó la familia con la promesa de volver a reunirse en el futuro.
Primero estuvo varios años en el sector chileno de Tierra del Fuego y luego en Puerto Natales. Allí abrió un cine al que llamó «Libertad» pero su emprendimiento duró poco. En esa misma ciudad continuó su tarea militante asesorando sindicalmente a los obreros de la industria frigorífica de la zona.
En 1936, cuando estalló la guerra civil española, intentó volver a su tierra natal para pelear a favor de los republicanos, pero no se lo permitió su salud endeble.
En 1945 se trasladó definitivamente a Punta Arenas, terminando su vida trashumante. Allí se casó de nuevo con Dorotea Cárdenas, madre de Isabel, sin hacer referencia de que había dejado una familia en Valparaíso. Tuvo varios trabajos, en un taller naval, en un puesto de frutas, etc., hasta que finalmente abrió una restaurante, Oquendo, en honor al barco en el que había navegado su padre en las rías gallegas.
Durante ese lapso tuvo una amplia vida social y participó en la fundación de distintas entidades como el Centro Republicano Español, el Centro Gallego, Club Deportivo de Pesca y Caza, la filial de la Cruz Roja, etc.
Renunció a la militancia política, pero no a sus ideales. Su restaurante era habitualmente el centro de reuniones de anarquistas, intelectuales y librepensadores puntarenenses. Antonio Soto jamás contaba su pasado y nadie asociaba a ese hombre mayor, dueño del restaurante, con aquel dirigente gremial de veintipocos años que sublevó la peonada en Santa Cruz un par de décadas atrás.
La salud le obligó a dejar el restaurante y durante sus últimos años de vida abrió un pensión que llevaba su nombre. Murió el 11 de mayo de 1963.
En Buenos Aires existe el Centro Gallego Argentino de Estudios Sindicales y Sociales «Antonio Soto» y en su pueblo natal de Galicia, Ferrol, hay una calle que lleva su nombre.
Pero vayamos ahora a Isabel Soto y el descubrimiento de la vida que su padre le había ocultado. Una vez terminada su investigación, Osvaldo Bayer le regaló los libros que escribió sobre la Patagonia Trágica. No sólo eso, sino que dos años después la invitó a presenciar la filmación de la película en Río Gallegos. Cuenta ella que allí ayudó al actor Luis Brandoni, quien personificaba al Gallego Soto, a interpretar algunos gestos y la forma de hablar de su padre.
Isabel constantemente expresa su agradecimiento a Osvaldo Bayer por haber sacado del anonimato a su padre en el gran trabajo de investigación que realizó. Pero el verdadero impacto fue conocer a través de los libros de Bayer que su padre había tenido otra familia en Valparaíso. No podía entender cómo se lo había ocultado ni por qué había dejado una familia indefensa. Tardó meses en digerir la información y demoró años antes de intentar contactarse con sus seis hermanos desconocidos. Cuenta ella que el encuentro, más allá de lo traumático en el inicio, fue conciliador. Pudo conocer a todos sus hermanos que eran muchos años mayores que ella. Pese a todo, Antonio Soto no había dejado un mal recuerdo en la familia abandonada.
Isabel Soto, de 74 años, está orgullosa del legado de su padre y lo describe con las siguientes palabras. «A mi padre lo puedo definir como un hombre generoso, noble y leal. Ese es el mejor recuerdo que tengo. Es su legado y me alegra que gente noble siga en esta escalada de mantener viva la memoria de la Patagonia Rebelde».