jueves 18 de abril de 2024 - Edición Nº2339
Dar la palabra » Política » 13 ago 2018

Debate sobre la interrupción del embarazo

El aborto, el César y Dios (Por Daniel D´Eramo)

Más allá del resultado, lo ocurrido en torno a la despenalización del aborto ha dejado definitivamente de ser, como tantos otros temas de una Argentina dolida y reencontrada con la democracia, un problema de la índole privada para pasar a ser un problema de interés público.


El Oikos era para los griegos el ámbito de lo privado mientras que el de la Eclessia era el ámbito propiamente público en el que se referenciaba la comunidad de los ciudadanos.  Pero entre uno y otro estaba el Ágora o plaza pública, un espacio de deliberación en donde transcurría la vida de los ciudadanos, una especie de interfase o zona de conversión en donde los problemas privados, propios del Oikos, se transformaban en problemas públicos cuya solución interesaba a todos.

Más allá del resultado, lo ocurrido en estos últimos meses, en torno a la despenalización del aborto ha dejado definitivamente de ser, como tantos otros temas de una Argentina dolida y reencontrada con la democracia, un problema de la índole privada para pasar a ser y a vivirse definitivamente como un problema de interés público, como un asunto de salud pública.

 El Ágora de la democracia argentina ha mostrado y viene mostrando una vitalidad transformadora e instituyente que seguramente dará que hablar en la democracia de las próximas décadas. Aunque quedó trunca la conquista de una legalidad estatal para una sociedad que nada tiene que ver con la de los años veinte, la despenalización y legalización del aborto pasó a ser en Argentina y como afirman muchos, no tanto una cuestión de votos sino más bien cuestión de tiempo.  No obstante, el proceso puso en evidencia algunas cosas.

Claramente y por un conjunto de razones que no viene al caso desarrollar aquí, el Senado mostró en general su naturaleza más conservadora y por tanto menos permeable a apoyar leyes de contenido progresista, y de una que como ésta, contaba con un fuerte rechazo “activo” por parte de la Iglesia, institución muy ligada a la historia y cultura de muchas de nuestras provincias del norte, luego de la ruptura con la Corona española.

No obstante, no había margen para esperar de parte de la Iglesia, una postura distinta a la que la Iglesia hizo pública sobre todo cuando la ley obtuvo la media sanción de Diputados.  Bajo estas condiciones se trata de una postura respetable y atendible que deja de serlo cuando se trata, como en este caso, de una ley civil que pretende resolver un problema de salud pública como muchas otras que finalmente debieron aceptarse sorteando objeciones dogmáticas similares como por ejemplo la distribución libre de preservativos.

Hay aquí algunos resabios que hablan de un Estado laico que todavía no ha completado ese proceso de secularización y emancipación que en gran medida se inicia con Roca.  Y ésto trae sin dudas problemas a la hora de pensar y mejorar la dañada representatividad de las democracias.  

Una primera lectura, permite ver que dentro de las provincias en las que predominó el voto negativo, Jujuy, La Rioja y San Juan, tuvieron un rechazo del 100%, es decir, los 9 senadores votaron en contra de la ley.  Es difícil no pensar que hubo aquí una vulneración de la representatividad.

El parlamento, en tanto asamblea de la democracia representativa, no puede funcionar bajo la lógica de los concilios en los cuales los representantes de la iglesia se reunían para ponerse de acuerdo sobre cuestiones de dogma y de fe.

La búsqueda de acuerdos, remite a cuestiones humanas (no de ángeles ni de bestias según Aristóteles), que en general intentan resolverse por la vía de leyes perfectibles fundadas en evidencias que surgen de la vida en sociedad y que no pueden impedirse por creencias y por convicciones personales, porque sencillamente los legisladores son elegidos para legislar sobre esas cuestiones y no para hacerlo sobre la base de dogmas incuestionables.  

A partir de aquella frase emblemática del feminismo “lo personal es político” la nítida frontera entre lo privado y lo público empezó mostrarse difusa. El fortalecimiento del Ágora de nuestras democracias modernas pasó a ser clave en los procesos de ampliación de derechos y en la consolidación de sociedades más igualitarias. Pero hubo también hace mucho tiempo atrás una frase cuyos ecos parecieron desoírse en el recinto de la Cámara Alta: “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

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