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Dar la palabra » Cultura » 4 jul 2018

El primer dinosaurio descubierto en Antártida

El otro gol a los ingleses (Por Gabriel Ramonet)

Así como Diego convirtió el mejor gol de la historia de los mundiales, el geólogo de Ushuaia Eduardo Olivero ayudó a demostrar que alguna vez la Antártida estuvo unida al resto de las masas continentales. porque esa es la única manera de que un Anquilosaurio terminara incrustado entre las rocas de la isla James Ross, en el noreste de la actual península antártica.


No avanzaba por el estadio Azteca, eludiendo ingleses como Diego Maradona en el mundial de fútbol de 1986, pero también hace 32 años, el científico fueguino Eduardo Olivero gambeteaba una expedición británica para anticipárseles en un descubrimiento de relevancia global: los restos del primer dinosaurio encontrado en el continente antártico.

Así como Diego convirtió el mejor gol de la historia de los mundiales, Olivero ayudó a demostrar que alguna vez la Antártida estuvo unida al resto de las masas continentales, porque esa es la única manera de que un Anquilosaurio, un dinosaurio herbívoro de 11 metros de largo por 2,5 metros de alto, y 4 toneladas de peso, terminara incrustado entre las rocas de la isla James Ross, en el noreste de la actual península antártica.

El geólogo que no nació en Fiorito pero sí en un humilde pueblo de la provincia de Santa Fe, caminaba unos 20 kilómetros diarios junto a su equipo de 8 colegas argentinos, para llegar al punto de interés de sus investigaciones, en la isla Ross, mientras una expedición compuesta por científicos británicos, que compartía la misma zona, utilizaba un moderno cuatriciclo que hacía todos los días el mismo camino y dejaba una huella impregnada en la nieve.

Olivero reconoce que aunque el campo de juego era la ciencia, resultaba imposible sustraerse del clima de post guerra con Gran Bretaña, producto del conflicto armado de 1982 por la soberanía de las Islas Malvinas, y admite que todavía hoy los grupos científicos de diferentes nacionalidades compiten por ser los primeros en obtener las respuestas ocultas del continente blanco.

El equipo nacional capitaneado por Olivero, doctor en Ciencias Geológicas de la Universidad de Buenos Aires e investigador superior en el CADIC, había estado 15 días alojado en la Base Marambio, por problemas logísticos, antes de ser trasladado 100 kilómetros en helicóptero hasta la isla Ross, en el verano del 86`.

“Fui convocado por el Instituto Antártico Argentino y por la Dirección Nacional del Antártico, para generar un programa de investigación sobre geología y paleontología de ese grupo de islas, considerado uno de los lugares más importantes para reconstruir la historia oceanográfica, climática y de recursos naturales del continente a lo largo de 70 u 80 millones de años”, recordó el científico.

La búsqueda del dinosaurio era considerada, por entonces, la última “copa del mundo” de los hallazgos paleontológicos, ya que si bien dos años antes, en 1984, una expedición estadounidense había encontrado los primeros restos de mamíferos, el tamaño de estos ejemplares admitía la posibilidad de que hubieran llegado a la Antártida sobre troncos a la deriva.

“Yo no soy paleontólogo de vertebrados. Teníamos otros objetivos, pero éramos plenamente conscientes de que un dinosaurio era algo que debía ser encontrado”, indicó Olivero.

Cuando el seleccionado de científicos finalmente arribó a la isla Ross, se encontró con un  campamento británico ya armado en la zona, e inclusive tuvieron que trasladarse otros 15 kilómetros porque habían acampado en el sitio exacto donde tenía previsto instalarse la delegación argentina.

“Si bien la cuestión Malvinas estaba presente y no se podía obviar, nuestros intereses eran puramente científicos. Ello no quita que estuviéramos en plena competencia con el grupo de ellos. Nos veíamos cada tanto, pero cada uno buscaba sus propios logros”, puntualizó el geólogo que vive en Ushuaia desde 1992.

Entre los grupos había diferencias logísticas, como por ejemplo el cuatriciclo que los ingleses utilizaban para trasladarse, mientras que los argentinos caminaban.

“Lo curioso es que el lugar exacto donde encontramos los restos del dinosaurio estaba a unos 20 metros de la huella por donde ellos circulaban con el vehículo para ir y venir. Es decir que pasaban todos los días pero nunca los vieron”, rememoró Olivero.

Incluso mencionó que en 1987, cuando presentó por primera vez el hallazgo en la Universidad de Cambridge (Inglaterra) utilizó una fotografía “cuidadosamente elegida” donde se veía el sitio con los fósiles y, además, la huella del cuatriciclo.

El momento culmine del descubrimiento también tiene puntos en común con el gol de Maradona, no solo porque ambos se produjeron debajo de un sol radiante, uno en el caluroso estadio Azteca y otro en el desierto helado de la Antártida, sino porque Olivero define la circunstancia previa como “un momento de inspiración”.

“Es difícil que un científico lo diga, pero fue una de esas inspiraciones que uno no entiende muy bien. Era un día fantástico, con sol muy bajo, y por algún motivo se producían unos reflejos dorados que me hicieron recordar el paisaje del parque de Ischigualasto o Valle de la Luna, donde yo había estado hacía poco y que es un lugar clásico de dinosaurios en la Argentina. Por eso hice la conexión y pensé: acá puede haber algo. Les dije a mis compañeros que siguieran y me quedé solo”, relató sobre aquel momento.

“Debo haber caminado 500 metros, y al lado de la huella del cuatriciclo de los británicos, encontré parte de la mandíbula y un diente del dinosaurio. Estaba incrustado en una roca pero era visible en la superficie. No había GPS así que tuve que hacer un pequeño monolito con piedras, y traté de volver lo más rápido que pude con el resto del grupo para recuperar la mayor cantidad de la material posible”, completó el científico.

Aunque las tapas de todos los diarios del mundo incluyeron la noticia del gol de Diego, el hallazgo del Anquilosaurio que ayudó a demostrar la teoría de la deriva continental pasó casi desapercibida en Argentina.

Recién varios meses después, el hecho tomó trascendencia mundial cuando se publicó en el suplemento científico de The New York Times.

El esqueleto fue reconstruido y se exhibe todavía en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata, donde además, dos especialistas lo bautizaron con el nombre de  “Antarctopelta Oliveroi”, en alusión final al apellido de su descubridor.

En 2015, el Correo Argentino lanzó una serie de estampillas con motivos antárticos, y una de ellas homenajeó la labor del científico que trabaja en el Centro Austral de Investigaciones Científicas, dependiente del CONICET en la capital fueguina.

“Los británicos han tenido una historia de investigación muy importante, en especial en ese lugar de la Antártida. Es evidente que ellos también buscaban este premio, que era el último y más importante de la especialidad. Por eso es un motivo de orgullo, no tanto personal, sino por lo que implica para la ciencia argentina”, evalúa Olivero, mientras mira una foto donde se lo ve agachado con su trofeo en la mano, y al que solo faltaría estamparle el número diez en la espalda.

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