Tanto a nivel país como a nivel provincia, se viene insistiendo hace tiempo en la implementación del voto electrónico. En Ushuaia, de hecho, allá por 2003 se utilizó para las elecciones municipales. Por supuesto, hay dos posiciones encontradas con respecto al tema: por un lado, los defensores del nuevo sistema, que ensalzan la rapidez y practicidad del mismo; por el otro, los detractores, que insisten en que todo sistema informático es vulnerable y, por lo tanto, menos confiable que el tradicional sistema basado en el voto en papel impreso. Es mi intención en estas líneas hacer algunas reflexiones al respecto.
En primer lugar, hace falta decir que el problema no es si es mejor o peor el papel o la computadora. El problema es la incapacidad que tenemos como sociedad de actuar de buena fe. En otras palabras: si todos los actores políticos realmente quisieran llevar adelante elecciones transparentes, éstas se harían sin problema, y no importaría en ese caso si es a través de una boleta impresa o un sistema informático. No se trata del medio, sino del fin: hacer valer reglas de juego equitativas para todos, y que prime la voluntad de la mayoría.
Por lo tanto, la pregunta fundamental es qué tan dispuestos estamos a jugar el juego sin hacer trampa. Y si el deseo de triunfar no se corresponde con el legítimo mandato popular, pues entonces lo que hay que hacer es aceptarlo y reconocer que por ahí las propuestas políticas no eran las que mayoritariamente se consideraron mejores.
Por supuesto que este no es el caso: en general las fuerzas políticas quieren imponerse. Aun cuando un partido político reconoce una derrota, en general lo que busca no es fortalecer la propuesta ganadora, o trabajar para acompañar a esa voluntad sin importar si coincide con la propia, sino recomponerse para intentar ganar la próxima elección.
Esta es una mirada schumpeteriana de la política: los partidos son básicamente fuerzas que pugnan por imponerse en la competencia electoral, en clara analogía con cómo las empresas compiten entre sí para imponerse sobre sus rivales en el mercado. Y, en ese sentido, todos los partidos políticos lo que quieren, básicamente, es ganar. De ahí que muchas veces aparezca la tentación de meter mano en alguna instancia para lograrlo. (Este enfoque sirve perfectamente también para entender la actual reconfiguración constante de políticos que deambulan por distintas fuerzas y frentes electorales, pero eso eventualmente lo hablaremos en otro momento…)
Sin embargo, no se trata de echarle la culpa (por lo menos no solamente) a la dirigencia política. Socialmente es habitual ver cómo en cualquier situación prima la misma actitud: no hace falta más que ver por ejemplo cómo semana a semana en el fútbol vemos a jugadores, equipos, dirigentes, pero sobre todo al público, enceguecidos y dispuestos a ganar como sea, a veces gracias a arbitrajes sospechosamente parciales, pero de los que no decimos nada cuando nos favorecen... Podríamos decir que ése es un atributo no sólo presente en la búsqueda de poder, sino también de fama, dinero o cualquier otra forma de reconocimiento social.
En ese sentido, creo que hasta que como sociedad no tengamos una actitud abierta, sincera, pero sobretodo autocrítica de cómo interactuamos socialmente, de cómo nos comportamos cuando estamos frente a los demás, no vamos a poder permitirnos una mejor convivencia social. En el terreno de la política, esto se podría traducir en pensar que no importa quién lleve sea electo o quién gobierne, sino si eso sirve para que más gente pueda vivir mejor. Mientras eso no pase, la política seguirá siendo, finalmente, una guerra de egos en la que a muchos, en el fondo, sólo les interese ganar.
Si esto efectivamente es así, poco importa si finalmente el voto es impreso o electrónico.