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Dar la palabra » Política » 1 abr 2018

2 de abril

Malvinas: Si no vivís, no lo entendés (Por Gabriel Ramonet)

Hay que habitar Tierra del Fuego para comprender en forma cabal, y no descontextualizada, la emocionante y unánime reacción del arco político, de los ex combatientes de Malvinas y de la población en general, ante la miserable provocación que significó el despliegue de inscripciones alusivas a la guerra de 1982 que realizó el programa televisivo británico Top Gear en suelo fueguino, durante el mes de octubre de 2014.


Hay que habitar Tierra del Fuego para comprender en forma cabal, y no descontextualizada, la emocionante y unánime reacción del arco político, de los ex combatientes de Malvinas y de la población en general, ante la miserable provocación que significó el despliegue de inscripciones alusivas a la guerra de 1982 que realizó el programa televisivo británico Top Gear en suelo fueguino, durante el mes de octubre de 2014.

También es exigible, como en todo acontecimiento, las más mínimas precisiones que permitan describir un hecho para que su interpretación, luego múltiple y variada como la condición humana indica, al menos pueda partir de ciertas bases de consenso inequívoco.

Desde esta última perspectiva, hay que decir que fueron tres, y no una, las patentes de los autos deportivos que desataron el descontento popular.

Por demasiadas horas, varios medios nacionales e internacionales sólo hicieron referencia a la matrícula del Porsche 928 GT del hijo de puta de Jeremy Clarkson, cuya inscripción “H982 FKL", fue interpretada como “Falklands” -como llaman los británicos a las Malvinas- más el año de la guerra: 1982.

Pasó un tiempo inaudito hasta que los programa de la TV nacional y hasta las cadenas de noticias europeas se acordaron de decir que  también el Lotus Esprit de James May contenía el número 269, y el Ford Mustang Mach I de Richard Hammond, la cifra 646, ambos valores muy cercanos a la cantidad de muertos (argentinos por un lado, y británicos por el otro) durante el conflicto bélico del 82.

Todo ello sin contar la ensalada de datos equivocados con que la noticia se fue esparciendo. Un cable de la agencia Associated Press (AP) confundió Bariloche con Ushuaia, y otros medios (muchos nacionales) se refirieron a la escolta policial de la caravana de Top Gear hasta el Aeropuerto, a los autos “incendiados” en Tolhuin o apedreados por ex combatientes, y maravillas por el estilo.

Fue lógico, entonces, que después de las tertulias de presentadores televisivos intercambiando opiniones sin el más mínimo conocimiento de lo ocurrido, empezaran a instalarse conceptos como el de “casualidad” (por el uso de las patentes) y a centrarse únicamente en el desafortunado incidente de Tolhuin.

Sin embargo, casi ningún medio analizó que si las tres patentes contenían información casual, como aducían desde la producción del ciclo televisivo, también es cierto que ellos sabían de la sensibilidad que podían herir esos datos desde antes de ingresar a la provincia.

Prueba de ello es que una productora del programa y otra de la BBC se comunicaron con autoridades de la Municipalidad de Ushuaia antes del viaje del contingente para solicitar filmar dentro de la ciudad. Y los funcionarios no sólo le negaron esa posibilidad, comunicándoles cuál era el inconveniente, sino que además le recomendaron que no usaran las patentes en el rodaje, tal como explicó el entonces secretario de Desarrollo Social del municipio, Juan Manuel Romano.

De manera que al cruzar el Estrecho de Magallanes con 40 personas, camionetas y un camión de apoyo, haciendo gala de un despliegue de producción imposible de ocultar, los responsables estaban al tanto del daño que podían causar y nada hicieron para evitarlo.

Por el contrario, intentaron moverse con una alta dosis de sigilo. Esquivaron todo contacto con la prensa, ocultaron siempre que pudieron los autos (especialmente las patentes) y negaron información sobre sus movimientos y posibles sitios de filmación. Una estrategia inverosímil para un territorio con pocas vías de circulación, y con gente atenta a cualquier movimiento extraño de esta naturaleza.

Lo que hicieron fue pasear un elefante por una autopista con el discurso de que no podían decir adónde se dirigían ni por qué. Era evidente que todo iba a develarse con el transcurso de muy poco tiempo.

Pero el peor error de la producción británica, y también de medios de prensa argentinos, es ignorar el lugar, geográfico y simbólico, donde tuvo lugar toda esta puesta en escena.

La caravana de Top Gear se alojó primero en un hotel de Río Grande, la ciudad que más de cerca vivió la guerra de 1982.

Los antiguos habitantes de esta ciudad que mira al Atlántico Sur recuerdan todavía los toques de queda y los ejercicios de oscurecimiento durante el desarrollo del conflicto bélico.

Los chicos, en las escuelas, escuchan anécdotas sobre cómo se contaban la cantidad de estampidas de los aviones Caza y los Mirages, cuando despegaban en una operación militar, para después recontar los estruendos de las turbinas cuando regresaban, y de esta manera saber cuántos habían perecido en combate.

Los vecinos hablan de las cortinas negras de las casas, y de los patrullajes nocturnos de Defensa Civil y de la Marina.

Los fueguinos transitamos a diario por las dos partes ensanchadas del asfalto de la Ruta 3, al norte y al sur de la ciudad, que servían de pistas de aterrizaje de emergencia para las aeronaves.

Río Grande fue declarada en 2013, por la ley nacional Nº26.846, “Capital Nacional de la Vigilia por Malvinas”. Y no es por un capricho, sino porque cada año, todos los años, cerca de 7000 vecinos (en una ciudad de 80 mil) pasan la noche junto a sus ex combatientes, al lado del mar, para sufrir con ellos el frío y sentir por una noche lo que significó pelear en las islas.

El espectáculo televisivo de la BBC paseó sus cámaras de última generación y sus autos de alta gama para intentar llegar a Ushuaia, la ciudad que, según la ley que fijó los límites geográficos provinciales, es la capital de las Islas Malvinas.

Aunque además es el lugar cuya plaza más sagrada está dedicada a los muertos durante el conflicto, y donde se encuentra un Monumento a los Caídos que simula el mapa de las islas, vacío en su interior por la ausencia del ejercicio de la soberanía.

También en Ushuaia se realiza todos los años una vigilia multitudinaria los 1 de abril, y al día siguiente el acto central por el aniversario de la guerra. Y los jóvenes escuchan historias de los ex combatientes, y los hijos de los veteranos se preparan para tomar la posta de un reclamo que consideran inclaudicable.

Ushuaia es la ciudad donde algunos habitantes todavía cuentan la última vez que vieron zarpar del puerto al Crucero General Belgrano, el 24 de abril de 1982.

El aeropuerto de Ushuaia se llama Malvinas Argentinas. Una de las avenidas de circunvalación se llama Héroes de Malvinas. Y un polideportivo municipal, Islas Malvinas.

La ordenanza municipal Nº 3074, del año 2006, obliga a entonar la Marcha de Malvinas en todos los actos y ceremonias oficiales.

En enero de 2005, un turista británico junto con dos amigos robó una bandera argentina de un pub céntrico de Ushuaia y después la exhibió como un trofeo. En septiembre de ese mismo año fue condenado por la Justicia a un año de prisión en suspenso por “robo simple y ultraje a un símbolo patrio”.

En 2013, después de amarrar en el puerto de Ushuaia y mientras se mantenía una polémica por la aplicación de la ley Gaucho Rivero (que impide el atraque de buques ingleses que vayan a Malvinas) el capitán del crucero británico Star Princess hizo resonar en reiteradas oportunidades por los altavoces del barco, el himno inglés “Dios salve a la reina”.

El incidente produjo tantas repercusiones que el vicegobernador provincial, Roberto Crocianelli, elevó una queja a la operadora Navalia durante la Seatrade Cruise Shipping Convention, el encuentro más importante del mundo en materia de cruceros turísticos.

Los ejemplos hacen al contexto. La precisión a la verdad. Cualquiera puede opinar libremente sobre lo ocurrido en Tierra del Fuego durante las últimas horas. Se puede hablar por instinto, por sentido común o por buena o mala fe.

El tema es que solamente los que vivimos aquí desde hace un tiempo, tenemos conciencia de ese profundo, esencial e intrínseco sentimiento de amor patriótico que existe por las Islas Malvinas.

No es poco en una sociedad con escasos rasgos de identidad como la nuestra. Vendremos, muchos, de lugares diferentes, seremos desordenados, desarraigados, mezquinos y sin una idea clara de interés general a futuro. Pero con las Malvinas estamos todos de acuerdo. Con eso no nos provoquen ni nos subestimen. Con eso no se jode.

Deberían aprenderlo las soberbias producciones británicas, y los connacionales que habitan la burbuja de la General Paz.

Recién entonces estarán en condiciones de juzgar en su contexto las palabras y las piedras que llovieron contra la caravana responsable de herir el orgullo fueguino.

 

 

 

 

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